Como aquel espectro al que aludían Marx y Engels en el Manifiesto
Comunista, una pregunta fundamental recorre (o debería recorrer) ahora el mundo
de la izquierda radicalmente transformadora: si nuestros objetivos son justos y
favorecen a la inmensa mayoría ¿cómo es que no conseguimos el apoyo mayoritario
que necesitamos para realizarlos?
Aclaremos de entrada que no me refiero sólo al apoyo en
movilizaciones y luchas, que suponen costes y riesgos personales sino, todavía
más, al mínimo compromiso del voto universal, libre y secreto en países con
elecciones abiertas como el nuestro.
Podemos y debemos darle muchas vueltas a esta pregunta, pero
creo que todas ellas confluyen en una dura constatación: no disponemos aún de
un proyecto lo bastante consistente como para convencer a una mayoría social de
su conveniencia y viabilidad. No se trata de un manual esquemático, ni de una
amalgama de deseos, sino de un conjunto de propuestas políticas que puedan
desarrollarse paso a paso ante las situaciones reales, orientadas a objetivos
claros, y abarcando de manera coherente todos los aspectos del funcionamiento
de una sociedad compleja e interconectada.
Hubo un tiempo, en el pasado siglo, en que el triunfo de la
revolución rusa pudo suponer la posibilidad de contar con la evidencia de un
proyecto así realizándose. Cuentan que John Reed (el autor de Diez días que estremecieron
al mundo) regresó de allí diciendo: “he visto el futuro, y funciona”. Pero Reed
se equivocaba, el proyecto soviético fracasó, y su derrumbe final nos dejó en
la obligación de construir uno nuevo, aprendiendo de esa experiencia y de
otras, pero sin el soporte de una prueba aplicable y en marcha. En los
difíciles tiempos de la dictadura afrontábamos una lucha “por lo que era
evidente”, ahora en cambio tenemos que afrontar la dificultad de luchar por
cuestiones que, aun siendo evidentes en su necesidad, la que los propios
ciudadanos manifiestan, no lo son en sus soluciones.
Quedarnos en la constatación de los medios y estrategias con
que el capital privado obstaculiza nuestros pasos, nos deja con la triste
justificación de quien culpa de sus tropiezos al empedrado. Las fuerzas
adversas son datos objetivos con los que contar en nuestras propuestas, que
tienen que prever mecanismos organizativos y técnicos (en el más amplio
sentido) para hacerlas viables, incluidos los medios para comunicarlas y
promoverlas eficazmente entre los ciudadanos. También los posibles acuerdos con
las opciones políticas de otras fuerzas que nos permitan avanzar.
Plantear así nuestro reto nos sitúa en la buena posición
para abordarlo: la pelota está en nuestro tejado, manejarla bien es ahora la
principal responsabilidad de nuestra izquierda.
Manolo Gamella