No hay nada tan práctico como una buena teoría (Lenin, entre otros)
En el ya lejano siglo XIX Marx enunció la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas. Es discutible hasta qué punto este planteamiento permite formular “leyes históricas” para predecir determinados cambios sociales pero, en cualquier caso, las izquierdas llevan desde entonces buscando formas de acción política que exploten esa contradicción para impulsar cambios progresistas, entendiendo por progreso el avance hacia una prosperidad compartida con mayores cotas de libertad, igualdad y solidaridad.
La experiencia del “siglo XX corto” (1917-1991) mostró la dificultad de ese empeño y, tras el estrepitoso fracaso del proyecto soviético, dejó a la izquierda radical inmersa hasta hoy en la necesidad de construir otro proyecto que supere los obstáculos y los errores del anterior. Este artículo no pretende, claro está, definir ese proyecto, sólo prevenir contra la ilusión de encontrar nuevos planteamientos que muestren como inevitable el hundimiento del actual sistema social y económico, y nos aseguren frente a la complejidad del mundo que pretendemos transformar.
Este tipo de planteamientos presenta hoy dos variantes o alguna combinación de ambas: la economicista y la ecológica. La primera, estimulada actualmente por la crisis económica, considera que el sistema capitalista en su fase financiera hace o hará pronto imposible el crecimiento que el propio sistema necesitaría para sobrevivir. Hay aquí dos supuestos para los que faltan justificaciones sólidas. Una economía de mercado da lugar a ciclos, más o menos agudos según circunstancias técnicas y políticas, pero que no conducen necesariamente a su colapso. Así ha sido en el pasado y así puede ser en el futuro. Por otra parte, la esencia del capitalismo es el predominio de la propiedad privada del capital productivo y, aunque lógicamente los propietarios busquen el crecimiento para aumentar sus beneficios, nada impide en principio que los que sobrevivan o se renueven mantengan ese predominio bajo situaciones de recesión.
La segunda variante considera que el crecimiento económico bajo el capitalismo genera o se enfrenta a limitaciones infranqueables (agotamiento de recursos, contaminación, cambio climático…) que provocarán próximamente su fin. Sin embargo el crecimiento de una economía tiende a depender cada vez más de sectores terciarios, menos intensivos en materiales y energía, y para el resto la historia económica muestra una progresiva superación de limitaciones mediante nuevas tecnologías y recursos, que no debemos suponer que vaya a detenerse ahora. En cualquier caso, este tipo de problemas son comunes para cualquier sistema social imaginable, y de hecho muchas empresas privadas encuentran ya buenas oportunidades de negocio en las diversas alternativas.
No parece que el decrecimiento económico, por combinación de estas consideraciones, vaya a ser inevitable en un horizonte previsible, pero si así fuera, se trataría de una desgracia social a la que adaptarse, nunca un objetivo político positivo, y menos aún para la izquierda.
Nada de lo anterior significa en absoluto que la izquierda deba dejar de lado los objetivos de cambiar radicalmente el sistema, reorientando el crecimiento para ponerlo al servicio del interés público, ni de gestionar democráticamente la producción, teniendo en cuenta las ventajas y los inconvenientes ecológicos y sociales de la explotación de los distintos recursos. Sí que significa que el desarrollo socialmente racional de la economía y la transformación de las relaciones de propiedad y de reparto, deben seguir siendo el núcleo central de sus propuestas.
Los atajos para acabar con el capitalismo son ilusorios. Ninguna crisis económica ni ecológica puede sustituir al trabajo, paciente pero constante, de partidos y de sindicatos capaces de articular proyectos viables de cambio, y de conseguir el apoyo de una mayoría social y política.
Manolo Gamella
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