miércoles, 7 de noviembre de 2012

CON EL CUCHILLO ENTRE LOS DIENTES, por Lorenzo Fernández Fau



CON EL CUCHILLO ENTRE LOS DIENTES

La Consejería de Sanidad de la Comunidad Autónoma de Madrid ha comunicado que, con motivo de la crisis económica que padecemos, ha previsto reestructurar las Áreas Sanitarias en las que, hasta ahora, estaba cimentada la asistencia sanitaria de la Comunidad.

Con tal pretexto, el Hospital Universitario de la Princesa, situado en la madrileña y céntrica, calle de Diego de León pasa de ser un centro de renombre internacional, que da cobertura a cientos de miles de ciudadanos, usuarios, a un Hospital que tendría la catalogación técnica de Geriátrico. 

A consecuencia de tal proceder desaparecen del mismo servicios de referencia, altamente especializados, tales como Cirugía Cardiaca, Cirugía Maxilofacial, Neurocirugía y Cirugía Torácica, entre otros que, además de prestar asistencia cualificada, realizan investigación que resulta imprescindible para que las más modernas técnicas clinicoquirúrgicas incidan favorablemente en la salud de los pacientes que allí tratan de sanar.

Una vez consumada la nueva planificación, en la que está previsto unificar en menos centros los servicios de alta cualificación antes citados, los usuarios tendrán que ser atendidos en hospitales alejados de su domicilio, con los perjuicios de desplazamiento  que eso supone. Al mismo tiempo, al reducir los servicios, la presión asistencial conducirá a masificar la demanda de usuarios en los mismos, y, en consecuencia, a aumentar las listas de espera, con el consiguiente deterioro de la asistencia.   

Pero no sólo los usuarios del área sanitaria que tienen como centro de referencia al Hospital Universitario de la Princesa se verán afectados por las medidas aludidas sino que, y más importante, los parámetros de calidad asistencial se van a ver drásticamente reducidos, es decir disminuirá notablemente la calidad de las prestaciones sanitarias que hasta ahora distinguían  a la sanidad madrileña.  Y como la citada reestructuración afecta a toda la Comunidad, los millones de ciudadanos que la habitan sufrirán las mismas consecuencias. 

Se trata, en definitiva, de una premeditada y nueva muestra más de que se están adoptando las políticas neoliberales que conducen a desmantelar el Estado de Bienestar. Un logro, éste, que tantos sacrificios de toda índole han costado ponerlo en marcha durante décadas, un logro que ha sido promotor de indudables beneficios para la sociedad en general y que puede desaparecer si los ciudadanos que de él obtienen provecho no reaccionan con prontitud. No se puede olvidar que, hace ahora 30 años, la política neoliberal del Gobierno que presidía la Sra. Thatcher ya asentó un terrible golpe al modelo sanitario de su país, que era causa de imitación por aquél entonces, y del que todavía no se ha recuperado, por la pérdida de calidad sanitaria que ocasionó y por el elevado coste económico que significó alcanzar los indicadores sanitarios dañados.

Por otro lado, en el escenario en el que nos encontramos, la dimensión humana e intelectual del médico no puede alcanzar plenitud integral sin la función complementaria que representa el objetivo de su misión: el enfermo, y por tanto también las circunstancias de los usuarios.

En este sentido, la adaptación de los derechos humanos a las diferentes legislaciones tiene connotaciones económicas y políticas mediante la aplicación de medidas de utilidad pública, con trasfondo ético, encaminadas a proporcionar la mayor cobertura al mayor número de ciudadanos por medio de un sistema redistributivo justo, es decir, justicia social, la ética utilitarista, que tiene mucho que ver con la concepción del estado benefactor.

Todo ello es lo que ahora está en peligro y los ciudadanos madrileños deben de ser conscientes de que con estas medidas se pone en riesgo su salud, porque desde 1946, la Organización Mundial de la Salud define a ésta como un estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no solamente por la ausencia de afecciones o enfermedades.

Hace algún tiempo observé un cartel, colgado de la verja de entrada al patio de la Asamblea Nacional francesa, en el que figuraban fotografías de personajes de diversa procedencia que sufrían represalias de diferente índole junto a un letrero que decía: la indiferencia pesa más que las cadenas.

No podemos permanecer indiferentes ante la permanente situación de acoso a la que se está sometiendo a la sociedad.  Los médicos, las sociedades científicas, la sociedad en general, tienen que poner coto a esas cosas. No podemos, por lo tanto, mirar para otro lado y decir luego que esto no va con nosotros, que son los gobiernos, los partidos, los políticos, los que deben encarar estos problemas. Somos nosotros, individual y colectivamente, los corresponsables de tal situación.

Tan es así que el artículo sexto del Código de Ética y Deontología Médica de la Organización Médica Colegial de España dice que el médico ha de ser consciente de sus deberes profesionales para con la Comunidad. Y más abajo: que están obligados a denunciar las deficiencias, en tanto puedan afectar a la correcta atención de los pacientes.

Pues bien, de una forma exigente, los médicos están obligados a velar por los intereses sanitarios de la ciudadanía en general. Y es, en esta última instancia, en la que es preciso hacer hincapié por las circunstancias sociopolíticas que vivimos. Al médico le han sido asignados, más bien intrínsecamente adquiere, determinados papeles de carácter deontológico y teleológico, unos valores morales que le confieren indudable protagonismo y, así mismo, alto grado de compromiso y responsabilidad.         

Tengo la creencia que estamos viviendo un ciclo prolongado de degradación político social. Hace ya algún tiempo vengo observando, también denunciando, que existe una tendencia en buena parte de la sociedad a tirar balones fuera y culpar a otros de la precariedad del presente, en general a los que tienen responsabilidades de gestión de la cosa pública. Sin embargo, a mi entender, los políticos no son otra cosa que la parte emergente de la sociedad en la que desarrollan su actividad; en la que se pueden apreciar fenómenos de retroalimentación entre ambas formaciones.

Vivimos en un excepcional momento histórico, de profundas transformaciones y, a su vez, de elevada incertidumbre, en un mundo en crisis donde los modelos conceptuales, las viejas certezas, los valores, están siendo remplazados por otros, donde los paradigmas deben ser revisados y donde el compromiso personal y colectivo adquiere una dimensión acentuada.
Cómo es posible que se nos diga que como consecuencia del desastre económico generado por los desajustes financieros, por ser benévolo con esa apreciación, el presupuesto en Sanidad caerá entre el 6.5 a 7% mientras miles de millones de euros se están invirtiendo en Bankia para sacarla adelante, cuando ese dinero sale, de nuevo, de los impuestos que paga la ciudadanía: precisamente la menos adinerada y que demanda mayor atención sanitaria.

Hay sobrada información, avalada por prestigiosos economistas, que viene a decir que no es verdad que las medidas que se están tomando sean la forma de salir de la crisis. Y en esa tesitura, es preciso reaccionar.

Y cómo hacerlo. Ante todo, retirar la confianza, a través del voto, a aquellos que están traicionando sus programas electorales. Pero hasta que eso llegue se me ocurre que existen diversas formas de llevarlo a cabo y que han probado su eficacia en situaciones semejantes: la movilización ciudadana. Por un lado, con la creación de grupos de trabajo multidisciplinares, con participación de todos los estamentos sociales, que analicen concienzudamente los efectos devastadores que están ocasionando estas estrategias y el modo de corregirlos. Con la recogida de firmas de protesta a través de las diferentes instancias o asociaciones ciudadanas y profesionales actuales o por crear, en los barrios o asociaciones de vecinos. Y sobre todo, salir a la calle a defender los derechos sociales tan trabajosamente alcanzados y que, al mismo tiempo, están siendo progresivamente laminados por las políticas emprendidas desde dentro y desde fuera de nuestro país.

Decía recientemente el Jefe del Estado que, ante la que está cayendo, es preciso ponerse el cuchillo entre los dientes. Curiosamente, es lo que también vengo proponiendo desde hace tiempo: quitárselo a los que hasta ahora lo han empleado para rebanar los derechos sociales y colocarlo entre los dientes de la ciudadanía movilizada. Porque no desearía que pueda suceder aquello que, como de forma magistral y con apasionado sentimiento, describe Rubén Darío en Cantos de vida y esperanza: ¿Callaremos ahora para llorar después?

Lorenzo Fernández Fau 
(Ex Jefe de Servicio de Cirugía Torácica del Hospital Universitario de la Princesa. Ex Presidente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica.)

1 comentario:

  1. Tal como dice el Dr. Fernandez Fau en su articulo (Con el cuchillo entre los dientes) que suscribo punto por punto, hemos de ser la sociedad civil la que nos movilicemos hasta el ultimo extremo, sin ninguna violencia, pare evitar que los recortes sociales no se nos quiten ni se menoscaben pues como bien dice Lorenzo en su artículo nos han costado muchos esfuerzos conseguir. Creo que TODOS debemos poner nuestro grano de arena para que a nuestros políticos , sean del signo que sean, les llegue alto y claro la voz de la ciudadanía en favor de los derechos sociales logrados hasta ahora.
    Jose Gallardo
    Neumólogo
    Gudalajara

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