REFLEXIONES SOBRE LAS IZQUIERDAS ESPAÑOLAS (y 4), por Javier Aristu
4. Europa, Europa. Casi todo el mundo
habla en estos días —bueno, se habla desde hace bastantes meses— del fracaso de
Europa como proyecto político de unidad. Algunos dicen que la crisis de la
moneda única puede estar llevando al proyecto de Unión Europea al fracaso. Angela
Merkel decía en 2012 que “si el euro fracasa, fracasa Europa”. Y en esas
estamos. Lo que sin duda ha sido una de las iniciativas más sugerentes y
originales de la historia política de los últimos cincuenta años está a un tris
de terminar sus días, o al menos de quedar golpeada y tocada durante muchos
años. La crisis financiera y el cambio económico global puede significar un
golpe decisivo para este proyecto. Es muy recomendable la lectura del libro de
Perry Anderson, El Viejo Nuevo Mundo, por el análisis que hace de
esa construcción atípica de un proyecto transnacional, y al calor del
referéndum griego el politólogo francés Gaël Brustier ha desarrollado en estos
días en el diario digital Slate un interesante estudio sobre el
actual choque de soberanías.
Pero hablemos en pocas
palabras de la responsabilidad que la izquierda europea ha podido tener en esta
situación actual. No vale solo con achacar a los banqueros y los
poderes económicos internacionales la responsabilidad de esta crisis
europea. La Europa de los mercaderes ha sido seguramente una
de las frases más repetidas en las filas de la izquierda pero no sabemos
todavía cómo construir esa Europa social que tampoco se sabe
muy bien qué quiere significar.
Lo primero que hay que
decir es que la izquierda europea llegó tarde al proyecto de unidad europea.
Tras la 2ª guerra mundial, solo una parte de la socialdemocracia europea se
incorporó al proyecto de unidad económica que arranca a mitad de la década de
los 50 y que, conviene recordar, surge de un núcleo de pensamiento europeísta y
federalista pero que no es de izquierda; Spinelli, Schuman, Monet, el grupo de
Ventotene (anterior a la década de los 50) forman parte de un pensamiento
progresista, pero no del campo de la cultura de izquierda. Solo desde una
cierta subalternidad la izquierda socialista y socialdemócrata francesa, belga,
italiana, alemana, holandesa, se incorpora al proceso. En el caso del PSOE,
inexistente como partido con influencia nacional entonces, el seguidismo
europeísta no le creará problemas. La otra parte, la izquierda comunista
(francesa especialmente pero también la italiana hasta los años 60) considera,
desde un pensamiento bipolar y de dos potencias, al proyecto europeo como un
instrumento del imperialismo. Los comunistas españoles no tenían entonces
posibilidades de pensar en Europa; su obsesión era sobrevivir en una
clandestinidad terrorífica. Solo a partir de mitad de los años 60, en pleno
corazón del impresionante crecimiento económico de esa década, en plena
revolución industrial fordista de los coches, el turismo, el consumo y lo que
llamábamos entonces el “neocapitalismo”, el comunismo italiano va a romper con
su rechazo y se incorporará decididamente a la estela de construir unproyecto
europeo de unidad federal. El resto de los partidos comunistas seguirá la
onda soviética y considerará a la CEE como imperialismo.