ENTREVISTA A TARSO GENRO EN EL SEMANARIO URUGUAYO “BRECHA”.
Escrito por: Roberto López Belloso
Mientras ocupó diversas funciones de gobierno durante la administración de Lula da Silva, ¿le fue posible compaginar la gestión concreta del día a día con esta búsqueda de construcción socialista?
El de Lula no fue un gobierno típico de izquierda. Fue una experiencia de centroizquierda donde las personas de izquierda tuvieron una participación importante con sustentación en las posiciones del presidente de la República. Nosotros, las personas de izquierda dentro del gobierno, pautábamos nuestras posiciones basados en tres ejes. Primero, la profundización y la radicalización de la democracia, o sea, establecer una relación Estado-sociedad más abierta, más participativa, con más diálogo; esto se hizo muy bien, por ejemplo en la decena, o más, de conferencias temáticas que organizó el gobierno con una enorme participación de las bases. Segundo, disputando la visión de desarrollo económico entre una cooperación soberana interdependiente y una sumisión a la visión tradicional del imperio y del proyecto neoliberal. Tercero, hacer un aporte político importante en cuanto mirada hacia el pasado, respecto del legado del régimen militar, no solamente las cuestiones de seguridad pública sino también las de derechos humanos. Esto fue posible hacerlo con total apoyo del presidente, pese a determinadas ambigüedades que ocurren en esos procesos cuando se sabe que nuestras alianzas para gobernar el país son muy amplias.
¿Usted considera que en el gobierno de Dilma Rousseff será posible profundizar ese camino?
El de Dilma es un gobierno de estabilización de las conquistas, de continuidad con cambios de un modelo de desarrollo alternativo. En ese sentido es muy importante porque hay que transformar esa acumulación en cambios concretos en la economía, profundizar el ascenso social de millones de personas que pasan a participar del mercado de consumo interno, de la política, de la educación, de las principales políticas públicas. Lo más importante que hizo el presidente Lula fue el despertar de nuevos sujetos sociales que defienden la democracia y que se contraponen al proyecto neoliberal porque necesitan una recuperación de las funciones públicas del Estado. Para mí la clave de una posición de izquierda hoy no es una postura meramente defensiva, sino ofensiva. En el sentido de proponer cada vez más una recuperación y una ampliación de las funciones del Estado, que es una contraposición, al mismo tiempo material y subjetiva, al proyecto neoliberal.
El presidente Mujica ha dicho en más de una oportunidad que un Estado que no se transforma es el peor enemigo del socialismo. ¿Coincide con esa mirada?
Íntegramente, porque la izquierda necesita comprender –y una gran parte de la misma es sorda– que no hay que recuperar el modelo bolchevique de socialismo así como no hay que recuperar la socialdemocracia. Hay que colocar esas dos experiencias socializantes en un nuevo nivel. Estamos en una sociedad que tiene una nueva estructura de clases, en la que la clase obrera tradicional tiene un proyecto muy modesto, muy tímido para hacer propuestas universales de desarrollo con cohesión social y componentes de igualdad. Amplios sectores de la clase obrera y de empleados públicos, por ejemplo, entraron en el juego neoliberal y piensan solamente en sus necesidades inmediatas. No piensan en una transformación profunda que democratice el Estado. Hay que defender el Estado que está bajo el asedio del proyecto neoliberal. Al mismo tiempo que no es posible profundizar la democracia y hacer la transformación necesaria sin que ocurra una participación fuerte de los obreros y de los asalariados del sector público, es necesario comprender también que estos sujetos no son más los sujetos absolutos de la transformación. En algunos aspectos incluso son sujetos de conservación, porque es una cosa muy natural, que entre comillas podemos denominar como muy marxista, ya que defienden sus intereses inmediatos. Entonces la izquierda tiene que trascender esta visión tradicional y tener una propuesta universal basada en la defensa y radicalización de la democracia para buscar que el Estado cumpla funciones públicas que son muy diferentes a las que ha cumplido hasta hoy.
¿Por ejemplo?
Me parece que las funciones que el Estado tiene en organizar la investigación (científico técnica), promover las nuevas tecnologías, reorganizar las instituciones para un mayor control público sobre el propio Estado, son mucho más importantes que tener una o dos empresas estatales que en algunos casos son muy importantes pero en otros no. Por ejemplo, una compañía siderúrgica en manos estatales hoy no es tan vital. En cambio el saber científico técnico, el control de la información y de la inteligencia productiva son clave para un Estado democrático que piense en un socialismo adecuado a los tiempos en que vivimos.
Precisamente, ¿cómo sería en un socialismo adecuado a los tiempos en que vivimos?
Creo que la clave es la organización en el entorno del Estado de instrumentos de participación directa y virtual a través de consejos que sean instrumentos de deconstrucción de las barreras autoritarias que separan Estado y sociedad. Que sean un cerco democrático sobre el Estado, de la ciudadanía organizada, porque la democracia directa es la democracia de los más interesados, pero que a la vez mantenga una estabilidad de la representación. En esa dialéctica entre presentación directa y representación basada en el proceso electoral universal es posible conformar un nuevo tipo de Estado que aproveche todas las experiencias de la democracia directa que vienen desde la Comuna de París –y que pueden ser potenciadas con los medios tecnológicos actuales– y la representación universal que viene de la experiencia ilustrada iluminista. Esa combinación es la clave de un nuevo tipo de Estado, radicalmente democrático, que promueva un nuevo paso en esta revolución democrática.
¿Le parece que ha pasado un tiempo suficiente desde el colapso del socialismo real como para que se pueda volver a hablar sin complejos de socialismo, de marxismo?
Pienso que la discusión respecto del socialismo, la contribución que el marxismo ha hecho a la teoría social como conjunto, nunca estuvieron superadas. Lo que hubo fue una hegemonía ideológica y política de la derecha, de la utopía neoliberal del Estado mínimo, para apropiarse del Estado a través de la fuerza normativa que tiene el capital financiero sobre la vida pública, sobre la vida productiva. En ese barco en crisis la socialdemocracia se va al centro y a la derecha, y la recuperación ilusoria de los valores bolcheviques, que son muy específicos del siglo pasado, no respondieron al desafío. Hay que reorganizar una teoría socialista adecuada a la época, y eso no se hace sin defender la democracia, su continuidad y la radicalización de la democracia. Porque, repito, la destrucción del Estado no es hoy interés de la izquierda ni de las capas populares, es interés del proyecto neoliberal porque no puede mantener su hegemonía con el Estado democrático que hemos conquistado en este período.
¿Por qué ha sido tan difícil para Brasil resolver el tema de los crímenes de la dictadura en términos de verdad y justicia?
Porque nuestra transición estuvo basada en la conciliación. Nosotros, la izquierda revolucionaria, la izquierda socialista, la izquierda democrático radical, defendimos un derrocamiento revolucionario de la dictadura militar, y el resultado no fue ese. Hubo un pacto político que involucró personajes importantes de una dictadura que en mi país no fue sólo militar, fue cívico militar, en la que incluso las funciones políticas más importantes fueron cumplidas por los civiles originarios de los grupos políticos de las clases dominantes. Hubo una tecnocracia civil de gran importancia, una parte de la cual transitó hacia la democracia, que tuvo una función política y de gestión del Estado extraordinaria. Cuando la dictadura agotó su modelo en función de las crisis del petróleo hubo una división en el bloque civil de sustentación de la misma que acordó con la oposición democrática amplia. Nosotros, desde la izquierda, acompañamos porque ese era el proceso real, no funcionaba más buscar como buscábamos una constituyente originaria acompañada por el movimiento social para una ruptura con la dictadura militar. Hubo entonces una conciliación que tuvo el mérito extraordinario de no permitir una guerra civil entre hermanos, pero tuvo el demérito de que la transición es muy larga y tiene la tendencia a encubrir los papeles que la derecha civil tuvo en la derecha militar, incluso en las barbaries de la tortura y la violencia.
Tarso Genro tiene 65 años y fue ministro de Educación durante el primer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, y ministro de Relaciones Institucionales y de Justicia durante el segundo. Desde 2011 se desempeña como gobernador de Río Grande del Sur, habiendo sido anteriormente, en dos oportunidades, prefeito de Porto Alegre.
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