martes, 22 de enero de 2013

“Desarrollo sostenible” (I): una contradicción similar a la de “ser vivo inmortal”. por José Ramón Mendoza


“Desarrollo sostenible”: una contradicción similar a la de “ser vivo inmortal” (I).
La expresión de “desarrollo sostenible”, si relativamente nueva en cuanto a tal, no lo es tanto en cuanto a idea: desde la Ilustración y más aún con el auge del estudio de las “Ciencias Naturales” y más especialmente con el nacimiento del naturalismo conservacionista del siglo XIX y primeros del XX, se pueden encontrar elementos incipientes de lo que, en los años sesenta y setenta del siglo pasado empezó a tomar forma hasta que la expresión se hizo universal.
Fue «Nuestro futuro común. El porvenir de todos nosotros» de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas, conocido como “Informe Brundtland” (1987) el que introdujo el concepto de desarrollo sostenible, definiéndolo como aquél que satisfaciendo las necesidades de las generaciones presentes, no compromete la capacidad de las futuras para satisfacer sus propias necesidades, lo que aparentemente implica una responsabilidad intergeneracional al plantear este como “un nuevo sendero”.
Hablar de no comprometer el futuro las generaciones venideras no es nuevo; como señala J.B. Foster, ya Marx ponía especial énfasis en el hecho de que es necesario conservar la naturaleza para que “la cadena de las generaciones humanas” pueda seguir existiendo.
Lo anterior no constituye una frase aislada en su elaboración teórica, también en “El Capital” Marx expresa esta definición de lo que ahora se ha dado en llamar “desarrollo sostenible” cuando dice que “el trato consciente y racional de la tierra como propiedad comunal permanente….es la condición inalienable para la existencia y reproducción de la cadena de generaciones humanas”, y en su obra “La Ecología de Marx” recoge el siguiente pasaje de “El Capital” que califica de “verdaderamente notable”:
“Mirada desde una formación económica superior, la propiedad privada de la tierra en manos de determinados individuos parecerá tan absurda como la propiedad privada que un hombre posea de otros hombres. Ni siquiera una sociedad o nación entera, ni el conjunto de todas las sociedades que existen simultáneamente son propietarios de la tierra. Son simplemente sus posesores, sus beneficiarios, y tienen que legarla en un estado mejorado a las generaciones que les suceden, ‘como boni patres familias’ [buenos padres de familia]”. (K. Marx. El Capital Tomo 1)
Así, quizás con expresiones más románticas y poéticas, Marx ya captaba y avanzaba hace 150 años la actual noción de desarrollo sostenible de manera similar que no idéntica a como la define el Informe Bruntland que, al contrario que Marx exagera y pone el énfasis del concepto de desarrollo sostenible, en la importancia del crecimiento económico.

 “Desarrollo sostenible”: un término de éxito
El éxito de aceptación que actualmente ha tenido y tiene el término de “desarrollo sostenible” es consecuencia de la deliberada y controlada dosis de ambigüedad –al contrario de la rotundidad que el autor de “El Capital” se expresa en la cita anterior- que en sí misma tiene esta expresión; tanto por ofrecer a unos y otros gestores del sistema de producción la posibilidad de contentar a casi todo el mundo –ecologistas y desarrollistas, conservacionistas y productivistas, etc…-, como porque permite establecer un puente sobre el abismo que, en los años setenta se abrió entre unos y otros. Asimismo, gran parte del éxito de su aceptación radica también en, como señala J.M. Naredo, “haber llevado la síntesis del conflicto entre conservación y desarrollo, o entre ecología y economía, hacia el ámbito conceptual de esta última” y, vaciándola de contenido, reforzar la fe en el desarrollo y el crecimiento económico, haciendo que las aguas volvieran a sus cauces originales los de que el razonamiento del beneficio económico continúe siendo hegemónico ideológica, política y culturalmente y así seguir legitimando la acumulación de capital.
El éxito alcanzado por los términos de “desarrollo sostenible”, “desarrollo sustentable” y “sostenibilidad”, se ha logrado a costa de su propia inoperancia; y gracias a ella su aceptación generalizada fue posible a base de vaciar el concepto de su contenido, de hacerlo tan poco concreto de manera que, por unas u otras razones, fuera aceptado por todos sin suponer un problema para nadie. 
Se ha elaborado así a un discurso institucional de desarrollo sostenible que supone la construcción de un sistema de conceptos para abordar la crisis ecológica que, además de estar lleno de contradicciones, está significando la continuación de una política económica y ambiental que no solo no palía, sino que contribuye a un continuo y acelerado incremento de las desigualdades sociales, tanto entre clases, como entre países y regiones y a la destrucción de los recursos naturales.
Esta “sostenibilidad” ha sido y es enarbolada por formaciones políticas y personas tanto de izquierdas, como de derechas, por empresarios y sindicatos. Incluso ha sido asumido e incorporado de manera acrítica a sus programas por partidos y organizaciones de la “izquierda alternativa/transformadora” que no podrá defender de manera positiva los intereses de las clases trabajadoras, y menos transformar y/o cambiar la sociedad tanto si no se define sobre los problemas ecológicos superando el concepto de “desarrollo sostenible” tal como es utilizado por los partidos socialdemócratas, verdes, conservadores y liberales, unos y otros adalides, del libre mercado y del actual modo, uso limitado a como mucho paliar las consecuencias ecológicas del mismo ya que, desde hace unos cuantos años, se considera “políticamente incorrecto” no decir que determinado modelos de desarrollo, que aquella actuación urbanística o la construcción de una nueva autovía colaboran al “desarrollo sostenible”.
Partidos, formaciones y personas de izquierda, lo han asumido e incorporado a su discurso, en parte por incapacidad teórica y en parte por practicismo electoral, mientras que la derecha utiliza esta terminología y la incluye en su discurso para calmar las preocupaciones ecológicas de parte la población, donde estarían incluidos una parte importante de sus votantes, dando así un mayor contenido a las “imágenes verdes” y abriendo nuevos campos de actuación para la acumulación del capital.
“La izquierda y la derecha pueden reconocerse en la palabra mágica, los verdes pueden verla como prueba de la legitimidad social de sus denuncias y los productivistas como confirmación de que, en lo esencial, sus prioridades no requieren más que algunos ajustes. La buena nueva actúa en este doble frente: ‘desarrollo’ es la reafirmación, el recordatorio de que el camino seguido ha sido acertado; ‘sostenible’ es la promesa de un futuro sin restricciones ni decadencias. Así se establece su marco y su función ideológica”. (¿Se hablará de sustentabilidad después del desarrollo? (Ernest García. Dpt. Sociología i Antropología Social. Universitat de Valencia)
Desde las estructuras de poder (gobiernos, organismos estatales y supranacionales, políticos y económicos, sociales, etc…) así como desde las empresas más involucradas con el actual modelo de producción y consumo se alerta continuamente sobre los peligros del cambio climático y se nos ofrecen supuestas soluciones parciales, casi siempre acompañadas de servicios y productos que reducirían la contaminación pero que, con toda seguridad, abren nuevas perspectivas de negocio y de inversión.
Al mismo tiempo se ocultan y/o se tergiversan las verdaderas causas de ese cambio climático y no se pone de manifiesto que se están trascendiendo los límites de la capacidad del planeta con la expansión sin fin de un modo de producción basado  en el uso ilimitado de los combustibles fósiles y de otros recursos naturales como el suelo y el agua y en la expansión del modelo urbano-agro- industrial que trae consigo un incremento del uso de combustibles fósiles y de la transformación del suelo en mercancía. 
"En la agricultura moderna como en la industria urbana, el crecimiento de la producción y de la cantidad de trabajo ejecutado se hace al precio de la destrucción de amplios espacios y del deterioro de la fuerza de trabajo por enfermedad. Por otra parte, todos los progresos de la agricultura capitalista son progresos en el arte de robar, no sólo a los trabajadores sino también al suelo; cualquier progreso referido al incremento de la fertilidad del suelo por un tiempo dado, es un progreso hacia la ruina de los fundamentos mismos de la fertilidad. Cuanto más un país inicia su desarrollo a partir de la industria moderna -como Estados Unidos, por ejemplo-, tanto más rápido es ese proceso de destrucción. La producción capitalista, por consiguiente, desarrolla la tecnología... sólo que lo hace destruyendo la fuente original de la riqueza: el suelo y el trabajador". (K. Marx.  Capital. T I)
Paralelamente, ante la disminución de las reservas mundiales de combustibles fósiles  que son la base energética  del actual modelo de desarrollo, el capitalismo busca fuentes de energía alternativas o recurre a desenterrar fórmulas ya conocidas como la nuclear, todas ellas utilizadoras masivas de capital, destructoras de la biodiversidad y del territorio; en definitiva, más de lo mismo: destrucción de la naturaleza ya que el capitalismo no puede existir sin crecer, ni sin expandirse espacialmente, por lo que, en su esencia lleva la necesidad de apropiarse de los bienes naturales (como la tierra, el aire, el agua, el material genético, etc…) en lo que, siguiendo la terminología de D. Harvey, podríamos definir como “acumulación por desposesión” de bienes que pertenecen a toda la humanidad, la actual y de las generaciones venideras, sino al propio planeta.
Para el capital que, por su propia esencia no puede reconvertir los procesos, las reglas del juego económico vigentes, resulta política y económicamente rentable invertir en “imagen verde”. Esa “imagen verde” se usa incluso para vender como “ecológicos” y elementos de lucha contra el cambio climático nuevos sectores productivos a los que se destinan fuertes inversiones.
Podríamos añadir que en ninguna de las estrategias de cooperación internacional, que se han diseñado para intentar poner freno a la expansión del desastre ecológico que está produciendo el modo de producción capitalista, se ha llegado, no ya a cuestionar realmente las causas últimas del deterioro planetario, consustanciales al modelo hegemónico de producción y consumo,  sino que ni siquiera se ha puesto sobre la mesa la más mínima duda sobre la posibilidad de que este fuera un modo de producción insostenible. (Continuará...)
José Ramón Mendoza

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