“Desarrollo
sostenible”: una
contradicción similar a la de “ser vivo inmortal” (I).
La
expresión de “desarrollo sostenible”, si relativamente nueva en cuanto a tal,
no lo es tanto en cuanto a idea: desde la Ilustración y más aún con el auge del
estudio de las “Ciencias Naturales” y más especialmente con el nacimiento del
naturalismo conservacionista del siglo XIX y primeros del XX, se pueden
encontrar elementos incipientes de lo que, en los años sesenta y setenta del
siglo pasado empezó a tomar forma hasta que la expresión se hizo universal.
Fue
«Nuestro futuro común. El porvenir de todos nosotros» de la Comisión Mundial
sobre Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas, conocido como
“Informe Brundtland” (1987) el que introdujo el concepto de
desarrollo sostenible, definiéndolo como aquél que satisfaciendo las
necesidades de las generaciones presentes, no compromete la capacidad de las
futuras para satisfacer sus propias necesidades, lo que aparentemente implica
una responsabilidad intergeneracional al plantear este como “un nuevo sendero”.
Hablar
de no comprometer el futuro las generaciones venideras no es nuevo; como señala
J.B. Foster, ya Marx ponía especial énfasis en el hecho de que es necesario
conservar la naturaleza para que “la
cadena de las generaciones humanas” pueda seguir existiendo.
Lo
anterior no constituye una frase aislada en su elaboración teórica, también en
“El Capital” Marx expresa esta definición de lo que ahora se ha dado en llamar “desarrollo sostenible” cuando dice que “el
trato consciente y racional de la tierra como propiedad comunal permanente….es
la condición inalienable para la existencia y reproducción de la cadena de
generaciones humanas”, y en su obra “La Ecología de Marx” recoge el
siguiente pasaje de “El Capital” que califica de “verdaderamente notable”:
“Mirada desde una formación
económica superior, la propiedad privada de la tierra en manos de determinados
individuos parecerá tan absurda como la propiedad privada que un hombre posea
de otros hombres. Ni siquiera una sociedad o nación entera, ni el conjunto de
todas las sociedades que existen simultáneamente son propietarios de la tierra. Son
simplemente sus posesores, sus beneficiarios, y tienen que legarla en un estado
mejorado a las generaciones que les suceden, ‘como boni patres familias’
[buenos padres de familia]”. (K. Marx.
El Capital Tomo 1)
Así,
quizás con expresiones más románticas y poéticas, Marx ya captaba y avanzaba
hace 150 años la actual noción de desarrollo sostenible de manera similar que
no idéntica a como la define el Informe Bruntland que, al contrario que Marx
exagera y pone el énfasis del concepto de desarrollo sostenible, en la
importancia del crecimiento económico.
“Desarrollo sostenible”: un término de éxito
El
éxito de aceptación que actualmente ha tenido y tiene el término de “desarrollo
sostenible” es consecuencia de la deliberada y controlada dosis de ambigüedad
–al contrario de la rotundidad que el autor de “El Capital” se expresa en la
cita anterior- que en sí misma tiene esta expresión; tanto por ofrecer a unos y
otros gestores del sistema de producción la posibilidad de contentar a casi
todo el mundo –ecologistas y desarrollistas, conservacionistas y
productivistas, etc…-, como porque permite establecer un puente sobre el abismo
que, en los años setenta se abrió entre unos y otros. Asimismo, gran parte del
éxito de su aceptación radica también en, como señala J.M. Naredo, “haber llevado la síntesis del conflicto
entre conservación y desarrollo, o entre ecología y economía, hacia el ámbito
conceptual de esta última” y, vaciándola de contenido, reforzar la fe en el
desarrollo y el crecimiento económico, haciendo que las aguas volvieran a sus
cauces originales los de que el razonamiento del beneficio económico continúe
siendo hegemónico ideológica, política y culturalmente y así seguir legitimando
la acumulación de capital.
El
éxito alcanzado por los términos de “desarrollo sostenible”, “desarrollo
sustentable” y “sostenibilidad”, se ha logrado a costa de su propia
inoperancia; y gracias a ella su aceptación generalizada fue posible a base de
vaciar el concepto de su contenido, de hacerlo tan poco concreto de manera que,
por unas u otras razones, fuera aceptado por todos sin suponer un problema para
nadie.
Se
ha elaborado así a un discurso institucional de desarrollo sostenible que
supone la construcción de un sistema de conceptos para abordar la crisis
ecológica que, además de estar lleno de contradicciones, está significando la
continuación de una política económica y ambiental que no solo no palía, sino
que contribuye a un continuo y acelerado incremento de las desigualdades
sociales, tanto entre clases, como entre países y regiones y a la destrucción
de los recursos naturales.
Esta
“sostenibilidad” ha sido y es enarbolada por formaciones políticas y personas
tanto de izquierdas, como de derechas, por empresarios y sindicatos. Incluso ha
sido asumido e incorporado de manera acrítica a sus programas por partidos y
organizaciones de la “izquierda alternativa/transformadora” que no podrá
defender de manera positiva los intereses de las clases trabajadoras, y menos
transformar y/o cambiar la sociedad tanto si no se define sobre los problemas
ecológicos superando el concepto de “desarrollo sostenible” tal como es utilizado
por los partidos socialdemócratas, verdes, conservadores y liberales, unos y
otros adalides, del libre mercado y del actual modo, uso limitado a como mucho
paliar las consecuencias ecológicas del mismo ya que, desde hace unos cuantos
años, se considera “políticamente incorrecto” no decir que determinado modelos
de desarrollo, que aquella actuación urbanística o la construcción de una nueva
autovía colaboran al “desarrollo sostenible”.
Partidos,
formaciones y personas de izquierda, lo han asumido e incorporado a su discurso,
en parte por incapacidad teórica y en parte por practicismo electoral, mientras
que la derecha utiliza esta terminología y la incluye en su discurso para
calmar las preocupaciones ecológicas de parte la población, donde estarían
incluidos una parte importante de sus votantes, dando así un mayor contenido a
las “imágenes verdes” y abriendo nuevos campos de actuación para la acumulación
del capital.
“La izquierda y la derecha pueden
reconocerse en la palabra mágica, los verdes pueden verla como prueba de la
legitimidad social de sus denuncias y los productivistas como confirmación de
que, en lo esencial, sus prioridades no requieren más que algunos ajustes. La
buena nueva actúa en este doble frente: ‘desarrollo’ es la reafirmación, el
recordatorio de que el camino seguido ha sido acertado; ‘sostenible’ es la
promesa de un futuro sin restricciones ni decadencias. Así se establece su
marco y su función ideológica”. (¿Se hablará de sustentabilidad después del desarrollo? (Ernest García.
Dpt. Sociología i Antropología Social. Universitat de Valencia)
Desde
las estructuras de poder (gobiernos, organismos estatales y supranacionales,
políticos y económicos, sociales, etc…) así como desde las empresas más
involucradas con el actual modelo de producción y consumo se alerta
continuamente sobre los peligros del cambio climático y se nos ofrecen supuestas
soluciones parciales, casi siempre acompañadas de servicios y productos que
reducirían la contaminación pero que, con toda seguridad, abren nuevas
perspectivas de negocio y de inversión.
Al
mismo tiempo se ocultan y/o se tergiversan las verdaderas causas de ese cambio
climático y no se pone de manifiesto que se están trascendiendo los límites de
la capacidad del planeta con la expansión sin fin de un modo de producción
basado en el uso ilimitado de los
combustibles fósiles y de otros recursos naturales como el suelo y el agua y en
la expansión del modelo urbano-agro- industrial que trae consigo un incremento
del uso de combustibles fósiles y de la transformación del suelo en
mercancía.
"En la agricultura
moderna como en la industria urbana, el crecimiento de la producción y de la
cantidad de trabajo ejecutado se hace al precio de la destrucción de amplios
espacios y del deterioro de la fuerza de trabajo por enfermedad. Por otra
parte, todos los progresos de la agricultura capitalista son progresos en el
arte de robar, no sólo a los trabajadores sino también al suelo; cualquier
progreso referido al incremento de la fertilidad del suelo por un tiempo dado,
es un progreso hacia la ruina de los fundamentos mismos de la fertilidad. Cuanto
más un país inicia su desarrollo a partir de la industria moderna -como Estados
Unidos, por ejemplo-, tanto más rápido es ese proceso de destrucción. La
producción capitalista, por consiguiente, desarrolla la tecnología... sólo que
lo hace destruyendo la fuente original de la riqueza: el suelo y el
trabajador". (K. Marx. Capital. T I)
Paralelamente,
ante la disminución de las reservas mundiales de combustibles fósiles que son la base energética del actual modelo de desarrollo, el
capitalismo busca fuentes de energía alternativas o recurre a desenterrar
fórmulas ya conocidas como la nuclear, todas ellas utilizadoras masivas de
capital, destructoras de la biodiversidad y del territorio; en definitiva, más
de lo mismo: destrucción de la naturaleza ya que el capitalismo no puede
existir sin crecer, ni sin expandirse espacialmente, por lo que, en su esencia
lleva la necesidad de apropiarse de los bienes naturales (como la tierra, el
aire, el agua, el material genético, etc…) en lo que, siguiendo la terminología
de D. Harvey, podríamos definir como “acumulación
por desposesión” de bienes que pertenecen a toda la humanidad, la actual y
de las generaciones venideras, sino al propio planeta.
Para
el capital que, por su propia esencia no puede reconvertir los procesos, las
reglas del juego económico vigentes, resulta política y económicamente rentable
invertir en “imagen verde”. Esa “imagen verde” se usa incluso para vender como
“ecológicos” y elementos de lucha contra el cambio climático nuevos sectores
productivos a los que se destinan fuertes inversiones.
Podríamos añadir que en
ninguna de las estrategias de cooperación internacional, que se han diseñado
para intentar poner freno a la expansión del desastre ecológico que está
produciendo el modo de producción capitalista, se ha llegado, no ya a
cuestionar realmente las causas últimas del deterioro planetario,
consustanciales al modelo hegemónico de producción y consumo, sino que ni siquiera se ha puesto sobre la mesa la más mínima duda sobre la posibilidad de que este fuera un modo de
producción insostenible. (Continuará...)
José Ramón Mendoza
No hay comentarios:
Publicar un comentario