REFLEXIONES
SOBRE LAS IZQUIERDAS ESPAÑOLAS (2), por Javier Aristu
[Continuamos la publicación de
esta serie de apuntes sobre la situación y perspectivas de la izquierdas
españolas]
3. Una de estas razones que explicarían
ese discutido y discutiblefracaso, y que tiene que ver con un componente
decisivo de las izquierdas española (el PSOE), es la obsesión por adaptarse a
las circunstancias, por construir un modelo de gobierno basado exclusivamente
en la gobernabilidad, donde por tanto solo se ponen sobre la mesa
las referencias políticas o partidarias, es decir, el juego de
fuerzas parlamentarias que permiten gobernar, excluyendo de esa perspectiva al
resto de los protagonistas sociales y políticos, llámense sindicatos,
organizaciones sociales diversas, y otras, e ignorando cualquier apuesta por
una verdadera transformación de esas correlaciones en el terreno social. Y si
existe un proyecto social es porque esté ligado a la referencia electoral, es
decir, quién me vota y por tanto, para quién debo
actuar a fin de que me siga votando. Clientelismo y adaptación al medio son la
forma de sobrevivir como fuerza política, siempre centrados, siempre moderados,
siempre siguiendo la moda… que en este caso la marca, obviamente, el verdadero
poder, ese conglomerado de bancos, instituciones, medios y centros de opinión
que inundan la sociedad con su catarata de ideas y de propuestas. Si se sigue
la cadena de ministros de Economía y de Industria, de dónde procedían y dónde
han terminado tras su paso por los gobiernos de Felipe González o de Rodríguez
Zapatero, me entenderán mejor.
El único gran proyecto socialista
ha sido el de la modernización de España. Pero ¿qué es
modernización? ¿Es toda modernización positiva? Otra vez el asunto del lenguaje
que nos confunde, nos distrae de los verdaderos objetivos. Es evidente que la modernización
española dirigida por Felipe González se convirtió en marca
emblemática de nuestra imagen ante Europa y el mundo. Aquella consistió
fundamentalmente, en mi opinión, en 1) instalar y ampliar un sistema de
cobertura estatal que cumpliera las expectativas de derechos y de desarrollo de
los ciudadanos. Me refiero especialmente al sistema educativo, al sanitario y
al de pensiones que han venido en llamar nuestro estado del bienestar.
2) facilitar y dar cobertura estatal y legal al desarrollo de una fracción del
capitalismo español al que le interesaba penetrar en el marco europeo y formar
parte de ese diseño transnacional. Para ello no dudó en iniciar y potenciar
políticas de reconversión industrial y sectorial pero que más que reconversión
fueron un auténtico hachazo a la planta industrial española. A su vez, acometió
la tarea que la UCD y los gobiernos del tardofranquismo no pudieron hacer:
desmantelar el aparato público industrial (el INI) y trasvasar las partes más
jugosas y productivas a la banca y a los sectores económicos que le apoyaban,
fueran estos vascos, catalanes o madrileños. 3) acelerar la entrada en las
instituciones de Europa, cediendo en aquellos sectores como la agricultura y la
industria a cambio de un fin mayor como era formar parte de esa institución ideal.
Como ven, los tres puntos que he destacado pueden ser discutidos, debatidos y
tratados hasta la eternidad, y desde ángulos diferentes, pero forman sin duda
parte constituyente de ese modelo modernizador del que el PSOE tanto sigue
vanagloriándose. Se olvida que la sociedad, de forma autónoma y no porque lo
mandase el poder político, ya estaba en los años 70, y más en los 80, con
potencialidades “modernizadoras” que superaban al propio diseño
político-estatal y que dio sus frutos en esa efervescencia social y cultural de
la década de los 80. En todo ese marco “modernizador” no podía faltar el
distanciamiento hasta límites insospechables en 1977 respecto del mundo del
trabajo. Uno de los rasgos fundamentales que caracterizan a esta fase de la
historia política española es precisamente esta, la ignorancia por parte del
partido socialista respecto de la base social de la que nació en 1879. La
fractura entre el PSOE y la UGT a partir de 1988 es solo una foto parcial,
aunque muy importante, de esa mutación genética desarrollada
en el PSOE que le ha llevado en estas décadas de ser un partido del
trabajo, de los trabajadores, nacido en ese universo cultural, a
configurarse como un partido atrapatodo, representante de una
izquierda lifestyle, superficial en ideas y sin proyecto nuclear
relacionado con las transformaciones de ese mundo del trabajo. Los gobiernos,
los lenguajes y las políticas del ciclo Rodríguez Zapatero son buena
culminación de ese tránsito histórico que no sabemos a dónde definitivamente le
puede llevar pero que ha supuesto pocas cosas de positivo para los trabajadores
españoles.
4.- Mirando el otro componente de las izquierdas,
ese que nacido del PCE se instaló en IU a partir de los años 90, tendríamos que
hablar de lo que Bruno Trentin llamó “la pista leninista”, la carga genética
del leninismo en esta parte de la izquierda europea. Según el sindicalista y
político italiano, el leninismo supuso la capacidad de expresar una fuerte
autonomía de la “táctica” dentro del proyecto estratégico de la transformación
revolucionaria. Además, era un proyecto que, interpretando la utopía social
como un horizonte alcanzable a partir de un instrumento insurreccional,
funcionaba porque se mimetizaba con una sociedad compacta, de clases
herméticas, y donde el Estado jugaba un papel determinante en cuanto a poder
coercitivo. Suponía la comprensión de que la transformación social se haría a
partir de la toma del estado por la vanguardia. Esa transformación social era
inevitable, ley de la historia se decía, y solo tomando el
poder político se alcanzaría esa meta que arrastró a tantos millones de
personas. La izquierda leninista aprendió, por tanto, que la revolución era inevitable y
que para ello se necesitaba una clase y un partido —ambos sujetos
privilegiados— capaz de organizarla. Y así se fue construyendo, a partir de los
años 20 del pasado siglo, toda una liturgia y ceremonial que dio sentido a
muchas décadas de luchas y de sufrimientos, de heroicidades y de terribles
episodios, de hazañas y de miserias humanas. Y que llega todavía hasta nuestros
días metabolizando —nos continúa diciendo Trentin— hasta el fondo la crisis de
este modelo leninista con las teorizaciones acerca de la autonomía de lo
político, la diversidad orgánica del partido de vanguardia, la
subalternidad corporativa de las luchas sindicales y el rechazo a considerar
precisamente al sindicato como sujeto político pleno.
Ya sabemos que hubo alguien llamado
Antonio Gramsci que se dio cuenta en un momento dado de que ese modelo, ese
paradigma universalizado, no funcionaba en la histórica Europa. El dirigente
italiano ya asume en 1926 —9 años después de la revolución de octubre, 2 de la
muerte de Lenin y en plena crisis del grupo dirigente soviético— que los países
avanzados europeos poseen reservas políticas, sociales y organizativas que no
poseía Rusia y que hacen muy difícil doblegarles mediante la fuerza. Sería
largo resumir en estos breves apuntes, solo desearía subrayar que Gramsci es el
pensador y dirigente político que, si me permiten la figura, borra en parte la
pista leninista y desarrolla otra senda, otra estrategia que, a la luz de la
experiencia del fascismo en su propio país y del desarrollo político, social y
económico de las naciones europeas, se basa en otro paradigma y otro lenguaje.
Un paradigma que ya no ve el eje de la acción en la organización del día clave
de la revolución; que ya no considera la hegemonía del proletariado como
fundamento decisivo del futuro estado sino más bien piensa en una teoría de la
política comolucha por la hegemonía donde los sectores industriales
tendrán que ganarse a sus aliados campesinos e intelectuales con armas
precisamente ideológicas y culturales. La guerra de movimientos ha
dado paso a la guerra de posiciones, donde se trata de conquistar
con arte e inteligencia cada casamata. Gramsci fue un heterodoxo en aquellos
años 20 y 30, llegó a estar considerado casi como proscrito por sus propios
camaradas por estas ideas. Solo tras su muerte (1937) y tras la derrota militar
del fascismo, el sardo será reivindicado y ensalzado, gracias especialmente a
un genio político y táctico como Palmiro Togliatti, su camarada de los años de
Turín, que convertirá a Gramsci en instrumento y emblema para construir otro
modelo de partido de masas, capaz de actuar en la democracia como pez en el
agua.
Esto no ocurrió en nuestro país. La
pista leninista nunca fue sustituida o difuminada. El PCE fue toda su vida
formalmente un partido leninista, para ser más exacto, marxista-leninista.
Solo tras las primeras elecciones de 1977 se le ocurrió a su secretario general
modificar esa denominación, eliminando la pata leninista, y ello nos llevó a un
IX Congreso donde por primera vez comprobé lo que era un debate decisivo en un
partido comunista: leña al mono hasta que hable inglés, no se trata
de convencer y debatir, se trata literalmente de vencer al traidor. ¡Cómo
recuerdo a un Simón Sánchez Montero defender la tesis de la mayoría de la
dirección a favor de superar el leninismo! ¡Cómo no olvidar a Paco Frutos,
adalid de las tesis leninistas! Aquello fue un desastre de todo punto. Se
pretendió superar 60 años de leninismo encarnado y enraizado en un cuerpo de
militantes heroicos pero a lo mejor embebidos de liturgia (esta no es solo
patrimonio de la iglesia) mediante un debate superficial sobre las palabras.
Cambiaba la definición del partido pero este siguió siendo una formación donde
el que mandaba era el secretario general. ¡Faltaría más! Tras aquel congreso de
abril de 1978 el partido comunista inició un camino que ya no tendría retorno y
que la mayoría de ustedes conocen porque lo han vivido o se lo han contado de
primera mano.
Superar el leninismo como hilo
rojo —ese hilo del que tanto les gusta tirar a algunos de los actuales
dirigentes de la izquierda radical— supone sobre todo asumir que la historia no
es una cadena inevitable de la que conocemos científicamente los
eslabones de su pasado y por ello somos capaces de predecir su futuro y, si no,
lo construiremos a golpe de voluntad revolucionaria. Sin embargo, no hay fases
de transición, no existen etapas intermedias que preparen la revolución, salvo
en nuestras mentes. Solo puede darse un proceso de reformas, un
proceso de transformación en el aquí y ahora —de nuevo
Trentin— pero que no dejan de ser reformas de raíz, capazces de beneficiar a la
gran mayoría de la ciudadanía. Eso no invita a abandonar proyectos sociales más
allá del día a día; al contrario, para construir un buen equipamiento de
reformas sociales necesitamos tener claro a dónde se va y cuál es el objetivo
final. La izquierda necesita un proyecto social a la altura de los tiempos. Y
creo que todavía no lo tiene.
El fracaso del leninismo, el
derrumbe del modelo y experiencia social soviética en 1989, —sigue diciendo
Bruno Trentin— nos dejó un partido leninista sin revolución pendiente, huérfano
de la revolución y, por ello, alejado cada vez más de una auténtica estrategia
de transformación social posible, esa transformación que se debe conciliar con
el interés general y con la evolución de ese interés. Mario Tronti define de forma
plástica lo que está pasando, que algunos han confundido el color del sol:
pensaban que era el rojo del amanecer pero realmente están viendo el rojo sol
del ocaso. Efectivamente, deslumbrados por el sol radiante (¿se acuerdan
de aquella película de Mijailkov titulada Quemado por el sol?)
confunden el objetivo con los medios, lo importante con lo accesorio, el futuro
con el pasado.
Fuente: 9 julio, 2015 en Campo Abierto
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