LA
ESTRATEGIA DE VAROUFAKIS ( PUBLICADO EN CTXT Lunes, 16 de Febrero de
2015 ).
Sea
cual sea el resultado del enfrentamiento entre el Gobierno griego y
las instituciones europeas, al menos habrá permitido trazar el
perfil de una izquierda adaptada a los retos del capitalismo
financiarizado. Y el primer nombre propio de ese perfil es Yanis
Varoufakis, el ministro de Finanzas del Gobierno de Alexis Tsipras.
Hasta ahora, el electorado de izquierda sólo podía elegir entre dos
opciones: unos partidos socialistas que, para parecer modernos,
asumen, con más o menos audacia, las consignas neoliberales, y unas
formaciones que permanecen fieles a sus ideales de antaño pero que,
para revitalizarlos, esperan, con más o menos paciencia, la
improbable vuelta del mundo fordista.
Es
indudable que los representantes de la izquierda auténtica no tienen
buen recuerdo del periodo del capitalismo industrial, incluida la
edad de oro con que terminó. Pero, al menos, era un tiempo en el que
se sabía cómo oponerse, tanto a la patronal como a sus acólitos en
la clase política. La oposición en el frente social tenía forma de
duras negociaciones entre trabajadores y empresarios, lo que en el
Frente de Izquierda se denomina aún establecer una “relación de
fuerza”. Para negociar en condiciones favorables, los sindicatos
recurrían a la huelga o a grandes manifestaciones, mientras que la
patronal se dedicaba a chantajear con el empleo. Los intereses,
necesariamente en conflicto, de asalariados y empresarios
fundamentaban también la polaridad del campo político en el que
unos y otros podían contar con partidos consagrados a sus
causas.
En
esa época, el mercado de trabajo constituía el lugar por excelencia
de los conflictos sociales y de la creación del valor económico.
Del precio que se atribuía a la fuerza de trabajo dependía el
reparto de la plusvalía entre asalariados y dividendos, de suerte
que la capacidad de negociarlo al alza era fundamental para hacer que
la economía capitalista fuera más igualitaria, por no decir para
minar sus cimientos, puesto que, según Marx, la supervivencia del
sistema pasaba por una explotación creciente de los
trabajadores.
Pues
bien, precisamente para escapar a esa suerte funesta, el capitalismo
se reinventó a comienzos de los años ochenta. En efecto, en unos
pocos años, su centro de gravedad se desplazó del mercado del
trabajo, es decir, el lugar en el que la fuerza de trabajo se
constituye en mercado, a los mercados financieros, es decir, el lugar
en el que las iniciativas se convierten en activos. Dicho en
otras palabras, a partir de entonces no son tanto los empresarios
como los inversores quienes gobiernan. Los primeros siguen, sin duda,
obteniendo beneficios, es decir apropiándose de una parte del
producto superior a los gastos mediante la reducción de los costes
laborales. Pero deben plegarse a las exigencias de los segundos, pues
tienen la prerrogativa de conceder créditos, es decir, de
seleccionar las empresas que merecen ser financiadas.
La
izquierda no se ha recuperado de ese cambio de régimen, al menos
hasta la reciente victoria de Syriza. Hay que precisar que, en los
mercados financieros, el arte de la negociación, en el que los
sindicatos han aprendido a brillar, es de poca utilidad. A diferencia
de las mercancías que circulan en otros mercados –incluido el
mercado laboral–, el valor de cambio de los títulos financieros no
procede de la negociación entre compradores y vendedores, sino de la
especulación de los inversores sobre su rentabilidad futura. Si
obtener beneficios depende del mercadeo, son las apuestas las que
determinan el crédito.
En
consecuencia, para entrar en los mercados de capitales y así poder
modificar las condiciones de los créditos –y en el caso que nos
ocupa, para lograr que el bienestar de un pueblo se valore más que
su disposición a desangrarse para reflotar el sistema bancario– se
necesita la aparición de unos políticos capaces de especular por
cuenta propia. Pues bien, en menos de dos semanas, Yanis Varoufakis,
se ha impuesto como el primero de ellos. Porque a pesar de lo que
afirman muchos de sus admiradores, el ministro de Finanzas del nuevo
Gobierno griego no negocia: especula y, lo que es más, obliga a sus
interlocutores a especular, a su vez, sobre sus intenciones. En lugar
de mercadear sobre la reestructuración de la deuda griega, habla
simultáneamente de la buena voluntad de cada uno y del riesgo de
contravenir las normas.
Así,
en lugar de mostrar una postura intransigente o, por el contrario,
implorar clemencia, Varoufakis repite:
1)
que sus propuestas son razonables y que tienen en cuenta tanto el
futuro de Europa como el de Grecia
2)
que tiene el mismo apego que sus socios europeos al poder de la razón
y a la salvaguarda de la Unión y, por tanto,
3)
que tiene plena confianza en el resultado de las discusiones en
curso.
¿Quiere
ello decir que, a pesar de lo que prometió Alexis Tsipras durante la
campaña electoral, su ministro está abierto a llegar a un
compromiso? ¿Está, por el contrario, convencido de que sus
interlocutores se rendirán ante sus argumentos? Nadie lo sabe, y
esta incertidumbre deja de piedra a la mayoría de los dirigentes
europeos. Wolfgang Schaüble, el ministro de Economía alemán,
intentó romper el sortilegio proclamando que su colega griego y él
estaban de acuerdo en su completo desacuerdo. Pero inmediatamente,
Varoufakis le respondió que, en realidad, no estaban ni siquiera de
acuerdo en estar en desacuerdo: en otras palabras, que era posible
que sus posturas no estuvieran tan alejadas. El gran apóstol de la
austeridad tuvo entonces que confesar que, decididamente, no entendía
lo que querían las autoridades de Atenas... Ni siquiera las medidas
de represalia preventiva tomadas por el BCE –bajo la presión de
Alemania– han alterado el tono del ministro griego: limitando el
acceso de los bancos de su país a la liquidez, afirma sin pestañear,
lo único que Mario Draghi quiere decir es que el tiempo presiona y
que hay que darse prisa para encontrar una salida acorde con el
interés de Europa.
Si
la indescifrable seguridad de Yanis Varoufakis perturba a los
políticos, las bolsas, por el contrario, suben cada vez que
pronuncia la palabra confianza, lo que explica que incluso los
Gobiernos más ávidos del rigor presupuestario duden a la hora de
contradecirle. Y es que, desde hace ya mucho tiempo, los desgraciados
inversores oscilan entre dos temores contradictorios: el de ver a los
países prestatarios deshacerse de sus bonos y el miedo a la
deflación –cuya causa son precisamente las políticas de
austeridad– que, en caso de un impago de Grecia, se vería empujada
hacia la depresión. No sabiendo bien a qué atenerse, los
proveedores de fondos, que son muy emotivos, no pueden por menos que
apreciar a un hombre que, en semejantes circunstancias, les asegura
que, en su opinión, todo va a salir bien. Por la misma razón, se
comprende que los otros dirigentes europeos no se atrevan a echar un
jarro de agua fría sobre la confianza mostrada por Yanis Varoufakis:
tributarios de los mercados financieros, no quieren a ninguna costa
que éstos les consideren culpables de haber envenenado el
ambiente.
En
el plano de los contenidos, las propuestas formuladas por el ministro
griego son totalmente acordes con su retórica. Por un lado, sostiene
que el Gobierno de Atenas es demasiado "razonable" como
para pedir la condonación pura y dura de la deuda, sobre todo porque
semejante medida sería una demostración demasiado humillante del
fracaso de las políticas que se han llevado a cabo hasta el momento.
Pero por otro, dado su convencimiento de que todas las partes
implicadas en la discusión comparten el sentido común, Yanis
Varoufakis entiende que hay un consenso sobre la necesidad de un
cambio de rumbo, siempre que los comanditarios de la difunta Troika
salven la cara. En este sentido, propone dos fórmulas que pretenden
ser un homenaje al sentido común, pero no por ello dejan de ser unas
obras maestras de la ironía.
La
primera consiste no en condonar la deuda y ni siquiera en aplazar sus
vencimientos, sino en convertirla en obligaciones indexadas sobre el
crecimiento de la economía griega. ¿Acaso no han proclamado siempre
la Comisión y el Banco Central Europeo –sin olvidar el FMI– que
el objetivo último de las medidas de austeridad que imponían a
Grecia no era reflotar a los bancos delincuentes sino relanzar la
actividad económica del país? Pues, vale, parece decir Yanis
Varoufakis: a partir de ahora, los griegos pagarán a sus acreedores
en proporción a la legitimidad de sus demandas.
En
cuanto a la segunda propuesta, la operación de conversión de la
deuda que utiliza como argumento es de otra naturaleza, pero también
responde a las declaraciones de los capataces de la política
europea. A éstos les gusta, en efecto, recordar a los griegos todo
lo que deben a Europa: ¿acaso no han tenido los ciudadanos europeos
que echar mano a sus bolsillos para sostener a un Estado a la deriva?
En lugar de insistir demasiado en el hecho de que, en realidad, los
préstamos acordados han servido fundamentalmente para salvar a los
bancos griegos, y también a los alemanes y franceses, Yanis
Varoufakis se afana en repetir: afirmo, en mi calidad de ministro,
que Grecia no escatimará en su agradecimiento. Es más, una vez que
su deuda se haya convertido en "obligaciones perpetuas", es
decir, en títulos de deuda cuyos intereses se pagan "perpetuamente"
pero el principal no se devuelve jamás, los griegos mostrarán un
agradecimiento eterno al resto de Europa. Este argumento tiene como
modelo el Don Juan de Molière que, en lugar de pagar lo que debe a
Monsieur Dimanche, asegura a su acreedor que le estará eternamente
agradecido.
Por
cómicos que sean, estos dos modelos de resolución del problema
tienen también a su favor su seriedad económica. Pero sobre todo,
al tomar la palabra a los dirigentes de la UE, las dos fórmulas
propuestas exponen a sus destinatarios al riesgo de dar la impresión
de que se desdicen si se limitan a descartarlas de un plumazo. ¿Hasta
qué punto es grave ese riesgo? Como siempre, la respuesta dependerá
de las especulaciones que haya provocado.
No
contento con apostar por la capacidad de contagio de esa confianza de
que da muestras, Yanis Varoufakis se entrega también al arte de la
especulación bajista. En efecto, su discurso está trufado de
conjeturas sombrías. Así, frente a los expertos que aseguran que,
debido a la transferencia de la deuda griega a las instituciones
públicas, un Grexit no afectaría al sistema bancario del resto de
los países europeos, se contenta con responder: "¿Están
seguros? ¿Han consultado los balances de sus bancos?". Y añade
a continuación que, como griego, a él no le da miedo el impago de
su país –pues no podría caer más bajo–, pero sí le da como
europeo preocupado por el bienestar de todos los pueblos de la
Unión.
Más
notable aún es la advertencia que Varoufakis hace específicamente
al Gobierno alemán. Por una parte recuerda, para la indignación de
sus detractores, que Alemania jamás devolvió su deuda de guerra a
Grecia, como tampoco reembolsó el odioso impuesto con el que les
extorsionó durante la ocupación. Ante la evocación de un pasado no
tan lejano – y dado que los turiferarios de la construcción
europea repiten sin cesar que toda su labor está inspirada en el
recuerdo del mal absoluto que fue el nazismo–, el ministro de
Finanzas griego añade que la justicia de su país está dedicada
estos días a escándalos de menor envergadura pero más recientes,
como las comisiones pagadas por numerosos industriales alemanes
–quizá incluso con el apoyo de su Gobierno– para vender sus
productos al pletórico ejército griego. (A este respecto, es
curioso que entre las exigencias de la Troika nunca figurara la
reducción del presupuesto militar de Grecia, ¡el cuarto de Europa!)
Para Angela Merkel y su ministro de Economía, la apertura de esos
juicios por corrupción tendría sobre todo el inconveniente de
desmentir esa ecuación, arrogantemente lanzada por Berlín, entre
austeridad económica y rigor moral.
Pero,
por otra parte, Yanis Varoufakis, jamás invoca el pasado de Alemania
sin articularlo inmediatamente con el futuro de Grecia. En el país
al que me dispongo a volver, dijo en la capital alemana durante una
rueda de prensa conjunta con Wolfgang Schaüble, la formación
política que obtuvo el tercer puesto en las elecciones legislativas
no es "populista", ni siquiera neonazi, sino simplemente
nazi. Es más, sólo la esperanza de futuro que representa Syriza
logró frenar su ascenso. En consecuencia, destruir esa esperanza
significa exponer a Europa a la vuelta de aquello que la UE tiene por
misión conjurar a toda costa. Y Varoufakis termina concluyendo que
si se decidió condonar la deuda alemana para enterrar
definitivamente a la bestia inmunda, sería tan absurdo como abyecto
favorecer ahora su despertar negándose en redondo a las razonables
propuestas del Gobierno de Atenas.
Más
que dar una lección de moral política, el ministro griego quiere
alertar a las autoridades alemanas de los riesgos que corren si
persisten en su intransigencia: cuando se está a la cabeza de un
Gobierno cuya sede se halla en Berlín, pregunta, ¿es realmente
"razonable" exponerse a animar el auge de un partido nazi,
aunque sea fuera del territorio nacional? Pero al mismo tiempo, a
Yanis Varoufakis ni se le ocurre sospechar que Angela Merkel y
Wolfgang Schaüble puedan dar muestras de tamaña irresponsabilidad
en ese terreno. ¿No ha calificado, acaso, a la primera de visionaria
y al segundo de potencia intelectual sin parangón entre los
dirigentes europeos? En resumen, una vez más reina la
confianza, y allá la canciller y su tesorero si se arriesgan a
traicionarla.
Ya
se dedique a exponer su fe en la disposición de sus socios a salir
del callejón sin salida o a inculcar a su público la idea de que
las instituciones europeas no pueden hacer oídos sordos a las
necesidades del pueblo griego sin poner en peligro al conjunto de las
poblaciones que tienen a su cargo, el exprofesor de Economía de la
Universidad de Austin es el primer político de izquierda que opera
en el campo de la especulación. "V de Varoufakis" se leía
en una pancarta durante una manifestación de apoyo al Gobierno de
Alexis Tsipras, un nombre que enseguida se ha convertido en el de una
página de Facebook dedicada a las actuaciones y gestos del ministro.
¿V de victoria? Sería muy arriesgado sugerirlo. Pero V de viraje,
no cabe duda: pues, a una izquierda dividida entre el fútil lamento
por la hegemonía de los especuladores y la vergonzosa sumisión a su
yugo, Varoufakis ha opuesto la convicción de que es posible otra
especulación. Es de desear que logre numerosos émulos.
Michel
Feher
Traducción
de María Cordón.
Michel
Feher es filósofo, cofundador de zone books, NY and Cette France-là,
Paris; actualmente enseña en la University of London,
Goldsmiths.
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