El
“izquierdismo”, enfermedad infantil de nuestra izquierda
No
hace falta ser leninista para apreciar el buen sentido de la crítica de Lenin (El
“izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo), ya en 1920, frente a
propuestas anarquistas, de “dictadura de las masas”, de desprecio por la lucha
sindical, o de rechazo a la participación en instituciones parlamentarias y en
coaliciones o compromisos.
- Mucho tiempo y
muchas cosas han pasado, pero las viejas dolencias nunca mueren, sólo se
transforman, y en nuestra izquierda siguen vivos debates similares,
rejuvenecidos y actualizados generación tras generación. Éstos son ahora
algunos:
- El “poder popular”.
En estados con voto libre y universal (desde luego muy distintos del que
Lenin combatió en 1917) la decisión popular tiene que manifestarse en los
resultados electorales, sin que esto signifique que los ciudadanos deban
limitar sólo a esto su actividad política. Defender otra cosa es tomar
por todo el pueblo a una parte
minoritaria de la ciudadanía a la que se otorga, sin ninguna razón
objetivable, la capacidad exclusiva de definir el bien general.
- La supremacía de
los “movimientos”. Los movimientos sociales son la expresión necesaria de
la vitalidad de una comunidad, pero por su propia naturaleza son múltiples,
parciales, y muchas veces contradictorios. La función de las
organizaciones políticas no es controlar estos movimientos, pero tampoco
dejarse llevar por ellos. Para cualquier proyecto político coherente no
vale todo lo que se mueva, aunque lo que se mueve constituye un factor
imprescindible para contar con la realidad de los problemas y con las
fuerzas sociales existentes. La izquierda política, en concreto, necesita
integrar en un proyecto viable las aspiraciones de progreso social
manifestadas por muchos de estos movimientos, llámense mareas, plataformas, marchas o
de cualquier otra manera, y de modo especial las que provienen del mundo
del trabajo y de sus organizaciones sindicales.
- El “cambio de
sistema”. Podemos llamar sistema al conjunto de normas constitucionales de
la política o, más ampliamente, a las estructuras de poder económico y
social predominantes. Naturalmente una izquierda radical no puede aceptar
estos sistemas como inmutables, pero tampoco puede tomarlos como
realidades monolíticas que haya que cambiar de golpe, y no paso a paso
según se consigan con trabajo los apoyos sociales necesarios. Las
ilusiones supuestamente revolucionarias en este sentido pueden conducir a
resultados diametralmente opuestos cuando esos apoyos no existen.
Las
manifestaciones de estos tipos de izquierdismo pueden resultar estimulantes
para ciertos militantes convencidos, pero chocan con la lógica de la sociedad
y, aún más, con la posibilidad de cambiar realmente las cosas.
Manolo
Gamella
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