ALEXIS TSIPRAS, CANDIDATO
REVELACIÓN, por Julián Sánchez-Vizcaíno
Hace unos días presencié una interesante discusión entre dos amigos míos. Uno de ellos decía no creer que hubiera diferencias entre un metalúrgico de Vich y otro de Móstoles. El otro argumentaba que el trabajador catalán sufre la opresión de su lengua y que esta circunstancia marcaba un claro hecho diferencial. El primero contraatacaba: “bueno, puede que la lengua catalana esté algo marginada en el uso oficial, que la dictadura la desplazara del uso común, pero a día hoy el metalúrgico catalán puede emplearla sin problema alguno, y éste, además, siendo bilingüe tiene la suerte de hablar castellano y entenderse con el metalúrgico mostoleño y con otros cientos de millones de personas”. Continuó señalando que deseaba que fuera así en Europa, y que las clases trabajadoras pudieran hacer de sus intereses comunes una lengua universal. De nuevo el primero intervino para matizar que, a pesar de que reconocía la validez de los argumentos de nuestro otro amigo, también pensaba que la riqueza cultural de una lengua propia no debería subsumirse en la uniformidad aplastante de las lenguas dominantes. ”Estoy de acuerdo”, asintió el segundo, pero de inmediato apostilló que no encontraba ninguna contradicción en el hecho de poder comunicarse en varias lenguas, y, sobre todo, que eso favorecería que los trabajadores pudieran hacer desaparecer las barreras que con tanta fuerza les levantan las clases explotadoras para separarlos y confundirlos. La conversación terminó con un “volveremos a hablar de esto”.
Por su parte, la esfera Parapanda se hacía eco hace un par de días, por
mediación del Blog de Antonio Baylos, del debate televisado de Euronews en el
que participaron los candidatos a la Presidencia de la Comisión europea. Debate
muy interesante, pese a las limitaciones de formato, y que ha pasado casi
desapercibido para la opinión pública. Los pocos que, según parece, lo
seguimos, comprobamos que estas elecciones en absoluto deberían ser
consideradas por la ciudadanía como "de segundo orden". Esta
convocatoria es fundamental para nuestro futuro, y así lo avalan tanto la
constelación e importancia de los asuntos discutidos, el interesado y cuidado
desinterés con que las fuerzas mediáticas y político-sociales del establishment
lo han tratado informativamente, como, sobre todo, en mi opinión, la revelación
que el debate acreditó de las muy distintas formas de entender la Unión Europea
que se pusieron de manifiesto por los candidatos.
De este modo constatamos que no sólo hay "mavericks" en España,
ya que Guy Verjhofstadt, histriónico aspirante de los liberales demócratas,
ex-primer ministro belga, puede combinar su ultraliberalismo atroz con el apoyo
al independentismo catalán conservador. Que el candidato de los populares
europeos, por más señas luxemburgúes, señor Juncker, puede ser tan frío en sus
comentarios como en proteger el paraíso fiscal que es su país de origen. Que
Martin Shultz tiene el mismo problema que los socialdemócrátas españoles, muy
difícil subrayar la diferencia con la otra gran fuerza europea cuando su
partido gobierna en coalición con Merkel en Alemania. La candidata de los
Verdes flojeaba en la concepción ecopacifista con la que estos nacieron, no nos
recordaban precisamente a Petra Kelly la defensa de las sanciones a Rusia y su
perfil bajo en el rechazo a un abordaje militar del conflicto de Ucrania. Y en
esto llegó Alexis Tsipras, el hombre de la izquierda europea, griego por más
señas, cristalizando en sus intervenciones una gran referencia que reúne varias
cualidades y rasgos, a mi modo de ver indispensables para un nuevo liderazgo y
un viraje del proyecto europeo desde una izquierda seria y consecuente.
Mientras que el resto de los contendientes repartían bien consignas o
slóganes, o sencillamente matizaban propuestas de los otros, o pretendían
conseguir llamativamente la atención del público, Tsipras se refirió a la cruda
realidad de una tragedia, la "tragedia griega". Grecia, un país
europeo víctima de los desastres acarreados por la desbocada ambición de los
mercados, y ahora más por las políticas de "austeridad", lo que Yanis
Varoufakis ha llamado posible "kosovización", su transformación en
una especie de Estado fallido, como metáfora y pronóstico de una situación que
podría no ser solo suya si se continúa con esta orientación implacable para la
clase trabajadora de los países europeos.
El candidato de la izquierda también expuso propuestas muy concretas, y se
mostró muy creíble como hombre con sentido de Estado y de la responsabilidad,
como persona fuertemente comprometida con los valores, las ideas y el proyecto
democrático y europeísta del socialismo, que pisa con seguridad en el terreno
de las contradicciones que un momento histórico como el que vivimos, en el que
la involución hacia la oscuridad de los fascismos no es una descabellada
perspectiva, sino una posibilidad real, nos pone descarnadamente ante nosotros.
Tsipras no confunde la realidad con el deseo, sino que está preparado para
tomar decisiones que se enfrenten a los mercados y al voraz y salvaje
capitalismo financiero, con la mochila de la responsabilidad ante un pueblo al
que la izquierda no puede defraudar y con la consciencia de que el poderosísimo
enemigo que tiene ante si no cejará ni un segundo en el objetivo de conseguir
que la izquierda real y democrática fracase si el pueblo le brindara la
oportunidad de gobernar.
La izquierda real debe confirmarse como actor decisivo en el Parlamento
europeo que elija al Presidente de la Comisión. Si se diera un despegue
significativo de las fuerzas integradas en el Partido de la Izquierda Europea
es indudable que se empezarían a romper las costuras de una construcción
europea subordinada a los poderes financieros globales, pero para ello es
imprescindible la concentración de energías. La concentración frente a la
dispersión de apoyos. Tsipras demostró la existencia de un programa común de
todas las organizaciones que forman parte del Partido de la Izquierda europea,
una fuerte identificación de todas ellas con el potencial simbólico que
encarnan su figura y su personalidad política. La trascendencia histórica de
estas elecciones es inequívoca, si emergiera una gran fuerza de izquierda
transformadora a escala europea, con un gran respaldo parlamentario, las cosas
no serían iguales.
Y Tsipras no se esconde, cuando le preguntaron sobre Escocia y Cataluña, contestó
diciendo que un Estado no puede retener a un pueblo contra su voluntad, pero,
yendo más allá de la diplomática y convencional respuesta de los
socialdemócratas y conservadores, de la afirmación del derecho de libre
determinación sin más con la que verdes y liberales tomaron posición, dijo que
es un error el enfrentamiento de los pueblos. Tomó partido por la unidad de los
pueblos y de las clases trabajadoras. En este, como en otros temas, mostró una
clara capacidad de implicarse en cuestiones difíciles. Por eso es doblemente
creíble. Porque Tsipras está por la defensa de la democracia y con ello
del derecho al propio idioma del metalúrgico catalán, a su libre determinación,
pero desde la convicción de que las clases trabajadoras de todos los países europeos
también tienen, deben tener, un idioma común, el de la unidad en la defensa de
los derechos y el de la unidad en un proyecto emancipatorio para la Europa de
los pueblos y de los ciudadanos y ciudadanas.
Después
de las elecciones “volveremos a hablar de esto”.
Julián Sánchez-Vizcaíno
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