Los resultados de las elecciones italianas
aportan una nueva evidencia de la irrupción en el seno de la UE de grandes corrientes de
opinión alejadas de las que habían venido siendo mayoritarias en las últimas
décadas. Ello suscita la cada vez más imperiosa necesidad de detectar los
factores de fondo que con carácter más o menos general permitan interpretar las
dinámicas políticas subyacentes a la crisis en el conjunto de los Estados
miembros.
Más allá de variantes locales de diferente
signo, estos factores existen y acreditan la vigencia de las ideas de clásicos
tan preclaros como el propio Gramsci, aunque en el caso italiano, en perjuicio
de la izquierda y de la sociedad, los análisis que nos entregó no tengan su
correlato en la praxis política de los que en la actualidad podrían ser
considerados en ese país herederos de su pensamiento.
Poca rentabilidad para Vendola la obtenida
de su coalición con el centro-izquierda y nula la derivada de la alianza de Ferraro
con los jueces de manos limpias. Chocante la realidad de la izquierda
transformadora en Italia, el país de Europa Occidental que contó con el Partido
Comunista más potente y creativo de la hoy llamada “zona euro”. Una izquierda
italiana ahora condenada por culpa de desencuentros incomprensibles a
desempeñar un papel periférico en un contexto nacional y europeo que la
necesita más que nunca.
Pero volviendo a la cuestión de los
factores explicativos de las dinámicas políticas y electorales operantes en los
diversos sistemas y subsistemas políticos de la Unión Europea
apreciaremos una tendencia, esparcida en las distintas sociedades nacionales,
que pone en cuestión la democracia de partidos y a las organizaciones llamadas
“tradicionales”. También contemplaremos la disolución de la alianza entre las
clases medias y las clases trabajadoras como sustento del consenso básico en
torno al Estado Social keynesiano, la desarticulación de los vínculos de clase
que cohesionaban a los sujetos sociales antagonistas, y el progresivo
desmantelamiento de la supremacía de la sociedad del trabajo como marco donde
obtener la legitimación de las políticas públicas por el poder político.
Nada nuevo, salvo que este proceso muy
profundo de reestructuración social y política está en plena aceleración a
partir del momento en que la crisis capitalista que se dice más grave desde 1929 ha requerido un nuevo
impulso con vistas a preservar el control de los conflictos sociales que esta
puede desencadenar, y que ello funcionaliza por completo la antipolítica, a
beneficio de los llamados a concentrar el poder de clase si la crisis diera
paso eventualmente a una nueva fase de acumulación que viabilice algunos años
de relanzamiento para el capitalismo europeo.
Con todas las distancias y diferencias,
parece revivirse una situación ya experimentada en Europa en el periodo de
entreguerras, y que Gramsci supo leer con lucidez máxima. Versiones
contemporáneas del auge de los autoritarismos y totalitarismos que asolaron
Europa en aquel periodo y que coincidieron también con una fase severa de
recesión social y económica.
Con la diferencia de que estos
“movimientos” se presentan a si mismos en nuestros días como vectores de
modernización que se sirven de las nuevas tecnologías para autoatribuirse la
condición de cauces de una nueva forma de hacer política supuestamente más
participativa y respetuosa con las preocupaciones del hombre de la calle, del
ciudadano medio, que vendría de este modo a recuperar el protagonismo
expropiado por las figuras del establishment político.
Sobra decir que la articulación de la
participación política que no se limita al voto cada cuatro años es compleja.
El diálogo, la comunicación activa y la deliberación como bases necesarias de
la política democrática precisan de una ciudadanía informada y dotada de
valores y virtudes cívicas, del tiempo necesario, de la implicación en
proyectos colectivos.
El intento de eliminar del debate público
la complejidad de la realidad social, o de omitir las dificultades implícitas a
los procesos de formación de una voluntad colectiva que trate de superar las
barreras que condicionan la toma de decisiones, canjeándolas por discursos
elementales o por paupérrimos carismas de líderes diseñados a medida de las
necesidades de las clases dominantes, es una más de las manipulaciones contra
las que rebelarse.
La delicada situación a la que se enfrentan
Italia y el resto de países europeos no tiene que ver tanto con su
“gobernabilidad” como con el hecho de que no existan fuerzas sociales, especialmente
en el sindicalismo de clase, con una mayor capacidad de incidencia de la que
hoy disponen, ni fuerzas políticas de izquierda transformadora con la potencia
electoral y parlamentaria suficiente para gobernar o al menos condicionar a los
gobiernos y poner freno a los dictados de la “troika” y de los mercados. El
reto de la izquierda es construir un nuevo “intelectual colectivo” e
identificar los cambios necesarios en su estrategia y funcionamiento a fin de
abordar con solvencia las grandes transformaciones de nuestro tiempo, para
convertirse en un actor determinante en Europa.
Sin olvidar ni un solo segundo que la
extensión de la antipolítica es uno de los principales y más difíciles
problemas que está obligada a enfrentar, respecto del cual no caben ni
estériles atajos ni mimetismos letales.
Julián Sánchez-Vizcaíno
No hay comentarios:
Publicar un comentario