Las
actuales inflexiones autoritarias de los regímenes democráticos son, al mismo
tiempo, mediaciones para la compatibilización de la democracia con la tutela
del capital financiero y por tanto mediaciones para reducir las resistencias
populares a la eliminación de la protección social. Pero los regímenes
actuales son, principalmente, decadencias destructivas de los Estados de
Derecho democráticos y de las conquistas de la social-democracia. Ello
implica una vieja ironia: la destrucción de los aparatos institucionales de
control y aseguramiento de derechos, en el propio mercado ( incluso contra los
intereses inmediatos de la mayoría de los capitalistas “internos” ) es
promovida por la propia burguesia mundial, unificada en la tutela del capital
financiero.
El
positivismo-naturalista, que estuvo presente en la version del marxismo de la
“Academia de Ciencias de la URSS”, siempre presentó uma version del capitalismo
como una especie de secuencia “natural-fatal” de la Historia, cuya sucesión,
también “natural-fatal”, sería el socialismo. Por ello, cuando he hablado de
“modestia”, me refiero a que, históricamente, tanto los socialistas-marxistas
como los socialdemocratas de izquierda nunca dieron relevancia a la formulación
de una auténtica Teoria del Estado y del Derecho que no fuese apenas una
réplica economicista de las tesis del iluminismo.
De
igual modo, el capitalismo dejó de ser abordado como una auténtica
“civilización”(1) con una enorme “riqueza de sentidos”, incluso portador de capacidad de
“expropriar” la subjetividad obrera y transformarla. En esta expropiación, la
clase obrera deja, históricamente, de ser una presunta clase-sujeto de la
revolución, para afirmarse en la vida real como clase contratada por el orden,
pero cuya preservación de los derechos conquistados depende del mantenimiento
de la democracia política. Este contrato, al mismo tiempo que la ha mantenido
como clase relativamente pacifica e integrante del orden, en las llamadas
sociedades de “clases medias”, también la hace sujeto “llave” de la “nueva revolución democrática”, ya que sin ella es
imposible construir una salida para el desorden neoliberal, que precisa avanzar
sobre los derechos de los trabajadores para viabilizarse.
La
defensa de la democracia amenazada por el desorden neoliberal es el único
terreno que puede sostener una ofensiva para la constitución de otro orden
democrático efectivo. Un orden que controle la aparente espontaneidad del
capital y lo domine, fuera de las instancias financieras autónomas, es decir,
dominio por la expresión política de la sociedad civil, para que ella ejerza el
control sobre los bancos centrales y sobre la distribución del dinero emitido.
El “capital simbólico” a ser constituído
por la izquierda, en este nuevo período histórico de la revolución democrática,
generará la “transfiguración de una relación de fuerza en relación de sentido”(2).
Podrá promover, por la economia reformada y por una nueva hegemonia ideológica,
una acción política consciente de los sujetos del trabajo y de la emancipación.
A partir de aqui se alimenta un nuevo modo de vida menos consumista y alienado,
no orientado de modo exclusivo por el mercado, sino elegido por hombres
conscientemente orientados.(3)
En
estas condiciones, los nuevos patrones tecnológicos que exigiran una total
reorganización de los procesos de trabajo no seguirán subyugando los intereses
de los productores, y el capital ya no será propietario absoluto de los avances
tecnológicos. Los valores de la produtividad ya no estarán a disposición para
enriquecer principalmente a las clases medias y, especialmente, a las clases
medias superiores y empresariales. El impacto de la distribución de la renta,
forjada por políticas públicas concertadas entre estado y sociedad, bajo una
nueva hegemonia, reordenará un nuevo Contrato Social. Esta estratégia democrática deriva del hecho de que
las premisas económicas y tecnológicas recientes, transformarán la realidad que
la izquierda debe lidiar. Las “revoluciones productivas” están alterando el
modo de vida, cambiando la vida cotidiana de grupos y fracciones de clase, de
los sectores asalariados y no asalariados.
A los excluidos, en general, ejércitos de reserva
de la producción industrial, se añaden al dia de hoy los excluidos del
conocimiento, subordinados a la cultura de masas; los excluídos de los nuevos
patrones tecnológicos y de las nuevas técnicas de acceso al conocimiento; los
excluídos, en general, de una vida segura en el mercado. Todo
este cuadro hace urgente una
agenda unitaria global para las izquierdas, pero cuando se habla de agenda
"unitaria", en términos globales, no se quiere decir
"programada” o “totalizante”.
Es ilusorio presumir que los movimientos
"izquerdistas", en el sentido ya clásico, puedan - por ejemplo -
valorizar elecciones y gobiernos. Ellos no tienen la meta de promover
conquistas políticas dentro del orden,
ni tampoco de apoyar tácticamente la integración entre luchas sociales y acciones
de gobierno. Para estas formaciones partidarias -frecuentemente distantes del
mundo del trabajo real y originarias de las clases medias no totalmente
absorbidas por el sistema- son irrelevantes las políticas concretas de
reducción de las desigualdades. No importan las reformas educativas de
democratización del acesso, políticas de crecimiento económico planteadas
dentro del capitalismo. Estos avances solo pueden ser considerados importantes
por las formaciones políticas que consideran estratégico colocar en el centro
de su acción la defensa de la actual democracia, combinada con la defensa de
uma nueva revolución democrática. El programa de esta revolución es, al mismo
tiempo modesto y difícil: el control público del estado y la combinación de la
democracia directa con la representación política estable, con origen en el
voto universal.
(2) Entrevista de Pierre Bourdieu a Leneide Duarte-Plon, publicada na
revista CULT, nº 166, p. 35.
(3) Hoje
em dia, a revolução é imediatamente criação, ou seja, afirmação da significação
da transformação. Organizar a luta (a ruptura do tempo como conquista do
porvir) é o mesmo que organizar a produção, ao passo que a produção é cada vez
mais uma criação e, vice-versa, um devir: troca de trocas de pontos de vista,
invenção da cultura dentro da relação. (COCCO, Giuseppe. “MundoBraz O
Devir-Mundo do Brasil e o Devir-Brasil do Mundo”. Rio de Janeiro: Record, 2009,
p. 93)
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