REFLEXIONES SOBRE LAS IZQUIERDAS ESPAÑOLAS (3), por Javier
Aristu
¿Y ahora qué?
5. Y en estos momentos
tan dramáticos, en el mundo, en Europa y también en nuestro país, nos
encontramos con una izquierda minusválida, disminuida, sin potencia creadora,
sin capacidad generativa de propuestas para la mayoría social, compitiendo por
pequeños espacios del patio de juegos del colegio cuando fuera del mismo está
produciéndose un inmenso conflicto social.
Podemos surgió
hace exactamente 18 meses y sigue marcando referencia electoral y
política —los sondeos siguen dándole previsiones de voto en torno al 20 por
ciento, lo cual significa un hecho político sin duda muy relevante,
acostumbrados a los históricos resultados de IU, su al parecer precedente
sociológico-electoral. Al mismo tiempo es altamente revelador la significación
que tiene Podemos entre los ambientes de la izquierda alternativa —la que
critica a los partidos actualmente en el sistema parlamentario— de países como
Francia, Reino Unido o Italia. Cuando uno recorre ciertos medios de este color
político se asombra por las lecturas que desde esos países se hace del fenómeno
Podemos, estableciendo paralelos sin matices con Syriza, formación que por otra
parte Iglesias no deja de jalear y con la cual él también equipara a Podemos.
Para estos círculos intelectuales y mediáticos Podemos sería el único
instrumento de cambio del sistema político español. Cosa que, visto con los
ojos del español medianamente informado, sabemos que no responde exactamente a
la verdad.
Podemos, surgido en
enero de 2014, es resultado de varias frustraciones culturales y sociales más
que de la efervescencia ciudadana. En mi opinión, para definir a Podemos
es indispensable valorar el aspecto generacional: sus dirigentes tienen
menos de 40 años y la mayoría de ellos o bien militaron en formaciones
políticas de izquierda radical (IU, Partido Anticapitalista) o bien en
movimientos sociales de diverso tipo. Sin embargo, no lograron desarrollar
carreras políticas en esas plataformas y al construir este nuevo partido,
formado en su inmensa mayoría por cohortes nacidas después de 1977, en cierto
modo transfieren a sus proyectos, lenguajes y propuestas, la insatisfacción de
una generación que, en su opinión, no han conseguido el “éxito social” que
ellos esperaban. Podemos es la expresión política de una clase media urbana
frustrada en sus expectativas, que se siente también huérfana de otra
revolución, la tecnológica, cultural y consumista, aquella que la iba a llevar
«a la prosperidad y la cumbre de toda buena fortuna» (Lazarillo de
Tormes).
Es significativo, a su
vez, la cultura política que impregna a sus discursos y lenguajes: nada
renovadores, nada modernos; más bien, sometidos al viejo estilo leninista de
minorías y mayorías sociales, vanguardias y masas (ciudadanía), teoría de unos
intelectuales preclaros y seguimiento de la militancia de esos preceptos. Todo,
evidentemente, rodeado por un complejo de significantes relacionados con el
populismo más veterano.
Otro detalle no menos
importante de lo que revela la actualidad y éxito de Podemos es la ausencia de
cualquier referencia al conflicto entre trabajo y capital. Para los líderes de
Podemos este engranaje de la lucha social, de existir, se halla oculto
bajo el más relevante conflicto entre Pueblo y Casta. Todo ello nos aporta un
dato más de la derrota de la izquierda ligada al trabajo. Hoy, lo repetimos una
vez más, el mundo del trabajo se ha quedado sin referentes políticos en España,
y Podemos más que apostar por este vector lo que va a hacer es difuminarlo en
un viejo populismo, donde no hay clases ni tensiones sociales, solo un
Pueblo que quiere liberarse de una Casta.
Es obvio que en los
últimos años han tenido que producirse en España procesos de cambio social
significativos como para dar lugar a estos fenómenos políticos y culturales
como los de Podemos y otras fuerzas electorales. Y la izquierda ha sido
seguramente un invitado de piedra en los mismos. Ahora bien, ¿es esta la última
escena de una película que va a terminar? ¿Desaparecerá la izquierda política
del mapa español a favor de este tipo de partidos transversales, sin programa
social, hechos para ganar votos de la protesta amorfa y desorganizada? En mi
opinión, Podemos no es una salida de largo aliento, no contiene en su interior
ni en sus capacidades un proyecto a largo plazo. Es posiblemente gaseosa que
cuando se le vaya el gas perderá fuerza. Y entonces habrá que contar desde la
izquierda con una expresión política seria, coherente, ambiciosa en las ideas y
consistente tanto en lo programático como en lo organizativo. No sé si entonces
será posible hallarla.
¿Cómo reconstruir ese
instrumento útil para ayudar a salir a la gran mayoría de este agujero de
depresión y crisis? Paso a exponer algunos elementos que me parecen
interesantes para ese objetivo:
1. Hay que cultivar
de manera decidida la tarea de pensar más allá del presente, hay que
salir de la inmediatez del día a día. Hay que reconstruir —como se dice ahora— un
relato, una visión del porvenir, de lo que queremos hacer, partiendo de la
actual forma social que vivimos. Sabemos que el relato del pasado ya
no nos sirve para actuar; se trata de escribir uno nuevo, con a lo mejor
todavía desconocidos lenguajes. No hablo de modernidades superficiales, de
adaptaciones innovadoras carentes de significado y válidas solo para un día
electoral; me refiero a colaborar con mucha más gente en la tarea de levantar
un discurso lleno de contenido para la inmensa mayoría. Ulrich Beck usaba la
metáfora de Cristóbal Colón para transmitirnos la necesidad de descubrir lo
desconocido, de explorar un mundo nuevo, del que no tenemos ni mapas ni
nombres. Hay que reinventar los valores de la izquierda y hay que repensar la
naturaleza misma de esta sociedad y del Estado que la gobierna. No se trata de
tirar por la borda todo el patrimonio acumulado, ni mucho menos. Ese
descubrimiento tiene que hacerse a través de un proceso de selección de lo que
todavía sigue siendo válido, conservando los valores permanentes de esa
izquierda histórica que ha luchado a lo largo de casi dos siglos, para a su vez
incorporar una profunda actitud de receptibilidad hacia lo nuevo, lo
desconocido. Hablo con palabras de Trentin: «Unproyecto de sociedad que
supere las aporías de las distintas estrategias de transformación hacia el
socialismo —como sistema completo y conocido— para afrontar como problemas
del hoy las transformaciones posibles de una sociedad centrada en el
trabajo y basada en una solidaridad entre los diferentes».
2. Dentro de ese
ambicioso plan de pensamiento ocupa un lugar privilegiado el mundo del
trabajo, despreciado en sus análisis y programas, ignorado en su plan de
actividades y minusvalorado en sus prioridades, precisamente por las fuerzas
políticas que surgieron hace 150 años como exponentes de ese universo social. O
la izquierda reencuentra y reformula la cuestión del trabajo o
se extinguirá, como los dinosaurios. Frente a la orientación neoliberal —y de
una parte de la izquierda— que basa su modelo de dominación y hegemonía en
considerar al trabajo como algo residual, carente ya de sentido ante la
irrupción, entre otros vectores, de las tecnologías de la información y de la
robotizacion, hay que manifestar que hoy como ayer, o más que ayer, el trabajo
adquiere nueva importancia. Pero que hay que saber redefinirlo,
conceptualizarlo e incorporarlo al programa de la transformación social. La
centralidad del trabajo la adquiere porque se relaciona con el conocimiento y
hoy el conocimiento sigue siendo como ayer, factor decisivo en la tecnología
aplicada a la producción social solo que con una potencia infinitamente
superior. Más que formular la actual división social del mundo entre los que
tienen empleo y los desempleados, la brecha más grave es la que se está
produciendo entre los que tienen y dominan el saber, el conocimiento, y los que
no pueden acceder al mismo. Hoy los ricos lo son porque poseen ese instrumento
del conocimiento y a través de él dominan las redes, el mundo. Hoy, más que
nunca, el trabajo es trabajo intelectual en su más amplio sentido. Y la
izquierda debe reencontrarse con esa nueva dimensión del trabajo para, a partir
del estudio de sus potencialidades, convertirlo en uno de los ejes de su
programa de transformació Esta izquierda no puede seguir pensando, cuando se
habla del trabajo, en el universo fordista del pasado; hoy, el trabajo aparece
atomizado, complicado, en figura de dependiente, de autónomo, de precario, de
trabajo material y trabajo inmaterial, todos ellos subordinados y subalternos.
De ahí debe partir para diseñar un nuevo estatuto social.
3. Hay que refundar
la política, sus fundamentos y sus objetivos. En el plano
institucional, sí, pero también cambiando la forma de ver esa política por
parte de ciertos sectores sociales. Los partidos deben ser abiertos,
transparentes; las instituciones deben ser abiertas, claras, verdaderamente
representativas de su gente. Pero a su vez hay que cambiar a la gente y su
manera de ver a esas instituciones y a la política. Hablo del síndrome de la antipolítica,
del rechazo a lo político como contaminado. Con mejores
palabras lo dice Nadia Urbinati: «Esta mutación se corresponde con una
transformación de la democracia de representativa en plebiscitaria, con la
puntualización de que la forma plebiscitaria contemporánea no está compuesta
de masas movilizadas por líderes carismáticos, como había presagiado Max Weber
y teorizado Carl Schmitt, en tanto que forma más completa de democracia. La
nueva forma plebiscitaria es la de la audiencia, el aglomerado indistinto y
des-responsabilizado de individuos que componen el público, un actor no
colectivo que vive en la privacidad de lo doméstico y cuando es sondeado como
agente de opinión opera como receptor o espectador de un espectáculo puesto en
escena por técnicos de la comunicación mediática y representado por personajes
políticos». En los últimos tiempos se ha desarrollado un torrente
gestos propagandísticos que, no de forma casual, ha desplazado el verdadero
problema del conflicto social, que es la desigualdad social, hacia
un falso juego de códigos éticoscomo si eso fuera a eliminar
el origen de las desigualdades. Es francamente asombroso ver cómo, tras las
últimas elecciones europeas y estas recientes municipales, el protagonismo de
algunos de nuestros representantes institucionales se ha centrado en asuntos
como los siguientes: Los eurodiputados de Podemos viajarán a Bruselas en low
cost y compartirán piso; los mismos entregarán parte de su salario a
causas sociales (es emblemático el caso de nuestra Teresa Rodríguez, dirigente
en Andalucía, que donó parte de su salario europeo a los ex trabajadores de
Delphi; por cierto, el otro día el local de esta formación en Cádiz apareció
con una pintada que decía “Delphi Solución”); los diputados y concejales emergentes
“dialogan acuerdos” pero nunca “negocian poltronas”, “no van a dejarse comprar
con sillones”, por eso no entran en gobiernos salvo que sean mayoritariamente
suyos y les voten los demás; ha sido noticia de impacto en los últimos días la
izada de bandera del arco iris en los ayuntamiento como señal de cambio [uno
espera a ver cuándo izan la bandera roja el 1º de mayo]; en Madrid, un concejal
afirma que el proyecto de referéndum, solicitado por el 1% del censo, «es una
expropiación de poder a los representantes porque entrega las riendas de las
decisiones a los ciudadanos», y yo me pregunto ¿para qué los habéis votado?;
otra noticia de impacto es que Manuela, la alcaldesa, va al trabajo en
metro (el derechista Boris Johnson, alcalde de Londres va en bici, como el de
Valencia, y no es noticia de impacto); leo en facebook, en este momento en que
escribo estas notas una “noticia de impacto y decisiva” en la Cadena Ser: las
Cortes valencianas han aprobado dotar a todos sus diputados con un Iphone 6 y
la noticia de la cadena de radio añade, como si pasara por ahí, que “La compra
la han aprobado por unanimidad todos los partidos, PP, PSPV, Compromís,
Ciudadanos y Podemos, los mismos que enarbolaron en campaña la bandera de la
austeridad o suspendieron un ágape tras su primer pleno para lanzar una señal a
la ciudadanía”.… y así podríamos seguir.
El asunto no es que ese tipo de
actitudes y actuaciones no sean positivas y muestren la otra cara de un país
corrupto y acostumbrado a una clase política alejada de la gente. Lo que digo
es que centrar en esos contenidos la acción política tampoco ayuda a la
educación cívica: ¿Hay menos paro porque no se usen coches oficiales en el
ejercicio del cargo? ¿Cuál es la diferencia entre un teléfono Iphone y un
Samsung? Es evidente que si hablamos de esas cuestiones menores como asuntos
transcendentales convertimos a los auténticos problemas transcendentales en
algo sin importancia. Con la mejor voluntad se está colaborando en la
desorientación política de la gente.
Fuente: 10 julio, 2015 en campo abierto
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